miércoles, mayo 18, 2005

Zapatero a sus zapatos… lo barato sale caro

El Universal del martes 17 de mayo de 2005 publica un artículo sobre el inicio de las obras de la vía alterna de Caracas a La Guaira, según anuncio del Ministro de Infraestructura Ramón Carrizález. Se citan palabras del Ministro, según las cuales afirma que los trabajos serán ejecutados con personal y equipo del Ministerio, “de manera de abaratar los costos estimados en 25 millardos de bolívares”. Es decir, en lugar de que el trabajo lo hagan empresa constructoras expertas en la materia, asumiendo los riesgos que implica una obra como ésa, será el Ministerio y sus trabajadores, equipos y recursos quienes se encarguen del asunto.
Las declaraciones del Ministro ratifican un rasgo del gobierno de Hugo Chávez, que no es sino una rémora de gobiernos anteriores: el menosprecio de la sabiduría popular condensada en los refranes “zapatero a sus zapatos” y “lo barato sale caro”. Lo mismo ocurre con otras iniciativas en las que el gobierno, en lugar de asumir su papel de regulador y poner las reglas para que la gente haga las cosas de la mejor manera, compitiendo por producir mejores bienes o prestar mejores servicios a menores precios, se convierte en empresario y esgrime el lema de los menores costos porque no considera todos aquéllos en que verdaderamente incurre el aparato gubernamental para realizar actividades empresariales, sin contar el costo que significa que quienes realmente saben cómo hacer las cosas, se quedan sin poder hacerlas y tienen que dedicarse a lo que no saben hacer. El resultado es una mayor ineficiencia generalizada en la sociedad y en el gobierno y la pérdida de la experticia ganada tras años de estudio, práctica y especialización, en ambos ámbitos.
En el caso de la vía alterna a La Guaira se gastarán con seguridad los veinticinco millardos y en el informe anual del Ministro, si por suerte es presentado, aparecerá la obra, si la terminan, como una obra de bajo costo, mientras que en los asientos contables del Ministerio, si se hacen, aparecerán los correspondientes a la nómina de los trabajadores que intervinieron en el diseño, la ejecución, la administración y la inspección, y los gastos de publicidad, los de expropiaciones, entre otros, como si no fueran parte de aquellos costos. Y en los cuadros y gráficos del Instituto Nacional de Estadística y de la Cámara de la Construcción seguirán apareciendo altas cifras de desempleo.
Otro ejemplo del que el gobierno hace alarde, en especial el propio presidente, es el de Mercal. Una buena parte de la Fuerza Armada es utilizada para sustituir a transportistas y distribuidores de alimentos: desde generales hasta soldados actúan como vendedores, cajeros, vigilantes, choferes, cargadores, administradores, supervisores, planificadores, controladores, transcriptores, contadores, analistas, secretarios, mensajeros, sus correspondientes femeninos y pare usted de contar. Las instalaciones y equipos de la Fuerza Armada son utilizados para comprar, transportar, almacenar, distribuir, vender, desempaquetar, empaquetar, pesar, contar, marcar, clasificar, calcular, rotular y con seguridad una larga lista de etcéteras que desconozco porque no soy especialista en el tema. Y no sería de extrañar que además de los de la Fuerza Armada, se utilizaran recursos de empresas del Estado –PDVSA, CADAFE y otras- y de Ministerios e Institutos del Estado. Y nada del costo de estos recursos se manifiesta en los precios de los productos de Mercal, y se anuncia con bombos y platillos que Mercal logró derrotar a los especuladores, que no son otros que la inmensa cantidad de trabajadores que no pueden hacer su trabajo, el de llevar los alimentos al mercado, porque ese trabajo lo está haciendo la Fuerza Armada y las demás organizaciones que dejan de hacer lo que tienen que hacer para dedicarse a la adquisición y distribución de alimentos.
Igual ocurre cuando se decide “rescatar” una empresa quebrada, a la que las fuerzas del mercado dejaron fuera porque otras producen mejor y a menor precio, y se las hace funcionar a juro, inyectándoles capital de trabajo y dejándolas en manos de gente sin conocimiento del negocio, o en el mejor de los casos sin capacidad para invertir. Se utilizan recursos del Estado y seguramente otros soldados para vigilar y otros generales para dirigir, como si los negocios fueran desfiles o guerras virtuales, para sacar adelante empresas inviables.
Y si la utilización de todos esos recursos no afecta el funcionamiento eficiente de las instituciones que colaboran para hacer realidad Mercal o para construir una carretera o producir bienes subsidiados o no competitivos, se puede afirmar sin duda que esos recursos no deberían estar asignados a esas instituciones. Los sueldos, salarios, prestaciones y demás beneficios que se pagan a toda esa gente deberían estar asignados a otros fines. Los costos en que se incurre para tener disponibles todos esos funcionarios y los equipos que se utilizan para poner en funcionamiento a Mercal o para construir la carretera o para hacer funcionar a juro esa empresa no competitiva, deberían ser asignados a salud, educación y seguridad, en lugar de convertirlos en fuente de desempleo e ineficiencia. Porque los recursos son escasos y distribuirlos con eficiencia es imprescindible. Cuestión de economía ortodoxa, desafortunadamente para algunos. Zapatero a sus zapatos, porque lo barato sale caro.

martes, mayo 03, 2005

La Ortodoxia Económica

Según el vocabulario del presidente Hugo Chávez, la “ortodoxia económica” la conforman todos los argumentos que pudieran ir en contra de su manejo alegre e ignorante de las finanzas públicas o de la consecución del objetivo revolucionario primordial de mantener el poder. La economía, esa ciencia que el presidente considera importante en la medida en que no se oponga a sus designios, no es otra cosa que la ciencia de la distribución de recursos escasos. A ella pudiera aplicarse la ley de conservación de la energía, si no fuera porque entre los recursos escasos -los bienes y servicios que requiere la población y que no pueden crearse de la nada ni desaparecerse, sino transformarse en calidad de vida o en basura- y la demanda de esos productos y servicios -que no debería ser menor que el mínimo indispensable para llevar una vida digna- el hombre inventó un medio para facilitar el intercambio, que es el dinero. La ortodoxia económica, sin comillas, dice que entre el valor de los productos y servicios y el valor del dinero para obtenerlos, debería haber poca diferencia. Y es en la interpretación de lo que se entiende por “poca”, donde la ortodoxia económica empieza a ser incómoda. La cantidad de dinero en manos de la población tiene dos objetivos: adquirir los bienes y servicios y dar la sensación de que se tiene suficiente para adquirirlos. El primero es el uso económico del dinero; el segundo es el uso político del dinero. Cuando el presidente expresa su disconformidad con la ortodoxia económica, está manifestando su oposición a quienes quieren limitar el uso del dinero en manos de la población para ese segundo objetivo, pues es ése el uso que le permite dar la sensación de bonanza que se traduce en votos en las siguientes elecciones, que permitirán afianzar el poder.
El argumento de que los elevados precios del petróleo permiten financiar una real bonanza es falso en el mediano y largo plazo, e incluso en el corto plazo. Ningún trabajador necesita ser un genio de la economía para saber que el aumento del salario mínimo se convierte en sal y agua en menos tiempo del que se requiere para gastar el primer pago de ese salario, y que incluso los precios de los bienes y servicios que requiere aumentarán antes del 1º de mayo para compensar el incremento de costos que producirá el nuevo salario mínimo. Con los precios del petróleo ocurre lo mismo: los bienes y servicios reflejarán en muy corto tiempo los nuevos precios de la energía requerida para producirlos, por lo que el aumento del flujo de dólares que la subida de los precios del petróleo trae, se verá convertido igualmente en salmuera al aumentar los precios de los bienes y servicios que se compran con esos dólares.Pero el ser humano prefiere engañarse a si mismo antes que enfrentar la realidad. Todos los trabajadores que verán aumentado su pago semanal, quincenal o mensual por el ajuste del salario mínimo, sonreirán al tenerlo en sus manos y hasta irán a festejarlo con unos tragos o invitando a la familia al cine o a una feria de comida en un centro comercial, porque es deliciosa la ilusión de tener dinero en la cartera y pensar que no sólo hay como para comprar lo que hace falta sino hasta para darse un lujo, ilusión que desaparece antes del siguiente pago y que se renueva con cada vez menos fuerza en cada pago ulterior, hasta que se acepta la dura realidad de que antes del nuevo salario mínimo, los reales alcanzaban un poquito más. Cuestión de ortodoxia económica.