lunes, junio 20, 2005

Chávez, el Maestro

Hace algún tiempo escuché con asombro a una amiga referirse a Chávez como “un Maestro”, término que ella utilizaba para referirse a los santones de la India que según ella guían su desarrollo espiritual (el de ella). Mi amiga afirmaba que Chávez había venido para enseñarnos muchas cosas, entre las que contaba la de la “conciencia política”. Conversando con ella entendí que aquella labor de enseñanza no era para nada consciente para el comandante, y que su modo de enseñanza es el mismo que el del borracho que conduce un vehículo, nos atropella y nos enseña con ello que debemos cuidarnos aún cuando el semáforo esté en verde y nos corresponda pasar.
Me ha costado aceptar que Chávez sea mi maestro y maestro de Venezuela, de Sudamérica, de Latinoamérica y hasta del mundo. Creo que los acontecimientos mundiales, incluyendo el terrorismo, la inseguridad, las rebeliones, las protestas, la inestabilidad de los gobiernos latinoamericanos y el surgimiento de líderes populistas, demagogos y autoritarios, no son sino la demostración de que el mundo necesita de mayor solidaridad y que el desarrollo y enriquecimiento de unos –países, corporaciones, empresas o personas- no puede hacerse por mucho tiempo a espaldas de los otros; que tarde o temprano la opulencia de unos pocos ante la miseria de muchos se vuelve insoportable y los que la sufren se rebelan ante los sistemas y las leyes que han conducido a esa situación, y ante los hombres que han contribuido, con su acción u omisión, a consolidar esos regímenes de desigualdad, generalmente sustentados en bajos niveles de instrucción de la población, por lo que ésta es fácil presa de las promesas y de la ilusión que crean aquellos nuevos líderes, rodeados por lo general de oportunistas y chupamedias que harán hasta lo imposible por mantener al líder en desconocimiento de la vacuidad de sus argumentos, de la ineficacia de sus decisiones y de la realidad del país, y esto en el supuesto de que el líder tenga buenas intenciones.
Imaginemos por un momento que Chávez es derrocado el día de mañana. ¿Hemos aprendido la lección de por qué ese individuo llegó al poder? ¿Estamos dispuestos a sacrificar parte de nuestro bienestar para que la mayoría de la población en situación de pobreza tenga mejores condiciones de vida? Yo creo que todavía no hemos aprendido la lección. Seguimos pensando que la inmensa proporción de población en estado de pobreza es producto de la decisión de esta gente y no de un sistema político, económico y social que agrava, o en el mejor de los casos conserva, cada día esa situación, y que debe ser corregido para enrumbarlo en la dirección necesaria para distribuir mejor la riqueza. Y eso significa, en algunos casos, por más que moleste la idea, continuar algunas de las “misiones” creadas o reforzadas por este gobierno, de manera de mejorar el ingreso de las clases más pobres, mientras se logra fortalecer la alimentación, la salud y la educación, para crear individuos con las armas intelectuales necesarias para valerse por sí mismos y para contribuir a la generación de riqueza, y no para seguir siendo dependientes de las limosnas del gobierno o de la “inversión social” de las empresas. Y esto a su vez significa que quienes hoy en día disfrutan de la riqueza que les proporcionó aquel sistema, deban pagar más impuestos -sobre su renta y sobre su patrimonio- para que haya más posibilidades de que la riqueza llegue a las clases más pobres; y que todos aceptemos cumplir las reglas y no utilizar los caminos verdes y los atajos de la corrupción para lograr nuestros propósitos particulares. ¿Estamos dispuestos a ello?
Mientras la respuesta sincera sea un “no”, debemos estar dispuestos a aceptar que Chávez o uno como él gane las próximas elecciones; que el que le suceda gane ofreciendo “misiones” todavía menos sustentables y continúe llevando al país por el despeñadero, hacia la situación de quiebra financiera que nos obligará a vender a precio de gallina flaca al capital extranjero todas las empresas del Estado o a cerrarlas; y que los regímenes que nazcan o se preserven luego de esas elecciones sean cada vez más autoritarios y férreos. Y corremos el peligro de que tardemos tanto en aprender la lección, que olvidemos que debíamos aprenderla o muramos sin haberla aprendido, y que nuestros hijos y nietos se olviden de que las soluciones que anulan la creatividad, el ansia de superación y la libertad de cada individuo, en aras de una supuesta igualdad de todos, ya han sido probadas y desechadas, y se conviertan en defensores inconscientes de un sistema que sólo ofrece una ínfima calidad de vida igual para todos, excepto para los encargados de asegurarla y de acallar las voces de quienes osen hablar a favor de otras soluciones.
Contemos cuántos años nos costó crear este sistema de cosas. Invertir la situación nos tomará con suerte otros tantos, pues son mucho más serios los problemas y mucho mayor la población involucrada. Sí, nos tomará otros tantos años, pero contados a partir del momento en que nuestra respuesta sincera a la pregunta de si aprendimos la lección de Chávez, el Maestro, sea “sí”.

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