jueves, septiembre 08, 2005

El Síndrome de Saturno

En el futuro seré recordado, excepto por los que padecen el del alemán, por el descubrimiento de este síndrome que llevará, en justicia, mi nombre, que es mi apellido, aclaratoria que viene al punto en vista de la frecuencia con que me hacen desparecer mi apellido por parecer nombre, dejando solo al segundo, no menos meritorio: Galdona. Y no propongo como nombre “el síndrome de Saturno Galdona” porque pasará como a Alois: nadie sabe que el alemán se llamaba así, por lo que en poco tiempo, ya lo veo, a los profesores de las cátedras de medicina patológica y neurológica hablando del “Síndrome de Galdona”.

El Síndrome de Saturno está tan extendido en la humanidad que se ha llegado a pensar que es una característica inherente a los individuos de esta especie. Son en realidad tan pocos quienes no lo padecen, que son considerados como especimenes raros y hasta dignos de estudio por quienes lo sufren... y esta expresión -“lo sufren”- puede parecer exagerada para éstos, por el simple hecho de que desconocen el bienestar de no ser una de sus víctimas. Mis investigaciones me conducen a afirmar que el Síndrome de Saturno se transmite genéticamente y se manifiesta en la mayoría de los casos desde muy temprana edad. También puede transmitirse por contagio social, inducido mediante mensajes subliminales tendientes a reprimir las manifestaciones tempranas de su ausencia, con argumentos de menosprecio hacia las expresiones de no padecerlo. El síntoma que principalmente caracteriza al Síndrome de Saturno es la pérdida de memoria de los acontecimientos futuros: el paciente es incapaz de traer a su mente hasta el más insignificante e inmediato hecho posterior de su vida. Acompañan a este síntoma principal muchos otros, entre los cuales pueden citarse por su importancia, la irresponsabilidad por los hechos por cometer, insensibilidad ante las consecuencias de los acontecimientos por suceder, indiferencia ante los acontecimientos futuros que implican daños físicos importantes para el propio paciente, imprudencia, escepticismo y tendencia dejar en manos de terceros las decisiones sobre la propia vida, lo que constituye al Síndrome de Saturno en unas de las neurosis más peligrosas y autodestructivas jamás vistas. En numerosos casos se producen en los pacientes afectados del síndrome algunas manifestaciones efímeras de curación, comúnmente identificadas mediante términos como “dejà-vu”, “yo-sabía” o “te-lo-dije”.

Un análisis comparativo realizado en Venezuela en un universo de cerca de veinticinco millones de individuos afectados por el síndrome -lo que constituye a este estudio en uno de los más extensos jamás llevados por la ciencia médica en la historia de la humanidad- con un grupo de control constituido por cuatro individuos -un grupo extremadamente reducido, dadas las dificultades para localizar individuos no afectados- permitió identificar algunos comportamientos típicos de los individuos sanos, que pierden las víctimas del síndrome estudiado. Citemos algunos:

  1. Capacidad para la toma de decisiones acertadas y total desinterés en los procesos de decisión de grupos en los que el resultado será contrario a la decisión acertada, y en procesos en los que la decisión es producto de procedimientos llamados “aleatorios”.
  2. Claridad de objetivos de vida y resistencia a la permanencia en sistemas en los que la consecución de tales objetivos es impedida.
  3. Como consecuencia de los anteriores: El aprovechamiento eficiente de las oportunidades de mejora y, por lo tanto, el éxito social y económico; y la prevención de enfermedades y de situaciones susceptibles de causarlas y, de ahí, mejor salud.
  4. Actitud serena y previsiva ante la muerte: ninguno de los individuos del grupo de control tenía contratada una póliza de vida o de salud. Interrogados al respecto declararon tener fortuna suficiente para no requerirla, además de esgrimir argumentos éticos en contra.
  5. Desapego hacia los bienes materiales.
  6. Honestidad y alto sentido ético.
  7. Anarquía.
  8. Destinismo activo.

En los individuos afectados por el Síndrome de Saturno se detectan comportamientos grupales altamente negativos, basados en la falta de los recuerdos de los acontecimientos futuros, que conducen a decisiones de grupo del todo inconvenientes para su desarrollo, sobre todo en cuanto a selección de gobernantes o de personas en las que depositan las decisiones sobre su propia vida.

Hasta ahora no se han identificado medicamentos para la cura del Síndrome de Saturno. La investigación se ve seriamente dificultada por la escasez de individuos no afectados. Sin embargo, existen tratamientos que conducen a desarrollar aptitudes paliativas. Se ha demostrado que el estudio de disciplinas y ciencias abstractas como la matemática, la filosofía, la música clásica y las artes visuales abstractas, y la aplicación de procedimientos de la psicología positiva pueden conducir al desarrollo de capacidades deductivas que si bien no se equiparan al estado de ausencia del síndrome, pueden aminorar los efectos negativos de su padecimiento.

lunes, junio 20, 2005

Chávez, el Maestro

Hace algún tiempo escuché con asombro a una amiga referirse a Chávez como “un Maestro”, término que ella utilizaba para referirse a los santones de la India que según ella guían su desarrollo espiritual (el de ella). Mi amiga afirmaba que Chávez había venido para enseñarnos muchas cosas, entre las que contaba la de la “conciencia política”. Conversando con ella entendí que aquella labor de enseñanza no era para nada consciente para el comandante, y que su modo de enseñanza es el mismo que el del borracho que conduce un vehículo, nos atropella y nos enseña con ello que debemos cuidarnos aún cuando el semáforo esté en verde y nos corresponda pasar.
Me ha costado aceptar que Chávez sea mi maestro y maestro de Venezuela, de Sudamérica, de Latinoamérica y hasta del mundo. Creo que los acontecimientos mundiales, incluyendo el terrorismo, la inseguridad, las rebeliones, las protestas, la inestabilidad de los gobiernos latinoamericanos y el surgimiento de líderes populistas, demagogos y autoritarios, no son sino la demostración de que el mundo necesita de mayor solidaridad y que el desarrollo y enriquecimiento de unos –países, corporaciones, empresas o personas- no puede hacerse por mucho tiempo a espaldas de los otros; que tarde o temprano la opulencia de unos pocos ante la miseria de muchos se vuelve insoportable y los que la sufren se rebelan ante los sistemas y las leyes que han conducido a esa situación, y ante los hombres que han contribuido, con su acción u omisión, a consolidar esos regímenes de desigualdad, generalmente sustentados en bajos niveles de instrucción de la población, por lo que ésta es fácil presa de las promesas y de la ilusión que crean aquellos nuevos líderes, rodeados por lo general de oportunistas y chupamedias que harán hasta lo imposible por mantener al líder en desconocimiento de la vacuidad de sus argumentos, de la ineficacia de sus decisiones y de la realidad del país, y esto en el supuesto de que el líder tenga buenas intenciones.
Imaginemos por un momento que Chávez es derrocado el día de mañana. ¿Hemos aprendido la lección de por qué ese individuo llegó al poder? ¿Estamos dispuestos a sacrificar parte de nuestro bienestar para que la mayoría de la población en situación de pobreza tenga mejores condiciones de vida? Yo creo que todavía no hemos aprendido la lección. Seguimos pensando que la inmensa proporción de población en estado de pobreza es producto de la decisión de esta gente y no de un sistema político, económico y social que agrava, o en el mejor de los casos conserva, cada día esa situación, y que debe ser corregido para enrumbarlo en la dirección necesaria para distribuir mejor la riqueza. Y eso significa, en algunos casos, por más que moleste la idea, continuar algunas de las “misiones” creadas o reforzadas por este gobierno, de manera de mejorar el ingreso de las clases más pobres, mientras se logra fortalecer la alimentación, la salud y la educación, para crear individuos con las armas intelectuales necesarias para valerse por sí mismos y para contribuir a la generación de riqueza, y no para seguir siendo dependientes de las limosnas del gobierno o de la “inversión social” de las empresas. Y esto a su vez significa que quienes hoy en día disfrutan de la riqueza que les proporcionó aquel sistema, deban pagar más impuestos -sobre su renta y sobre su patrimonio- para que haya más posibilidades de que la riqueza llegue a las clases más pobres; y que todos aceptemos cumplir las reglas y no utilizar los caminos verdes y los atajos de la corrupción para lograr nuestros propósitos particulares. ¿Estamos dispuestos a ello?
Mientras la respuesta sincera sea un “no”, debemos estar dispuestos a aceptar que Chávez o uno como él gane las próximas elecciones; que el que le suceda gane ofreciendo “misiones” todavía menos sustentables y continúe llevando al país por el despeñadero, hacia la situación de quiebra financiera que nos obligará a vender a precio de gallina flaca al capital extranjero todas las empresas del Estado o a cerrarlas; y que los regímenes que nazcan o se preserven luego de esas elecciones sean cada vez más autoritarios y férreos. Y corremos el peligro de que tardemos tanto en aprender la lección, que olvidemos que debíamos aprenderla o muramos sin haberla aprendido, y que nuestros hijos y nietos se olviden de que las soluciones que anulan la creatividad, el ansia de superación y la libertad de cada individuo, en aras de una supuesta igualdad de todos, ya han sido probadas y desechadas, y se conviertan en defensores inconscientes de un sistema que sólo ofrece una ínfima calidad de vida igual para todos, excepto para los encargados de asegurarla y de acallar las voces de quienes osen hablar a favor de otras soluciones.
Contemos cuántos años nos costó crear este sistema de cosas. Invertir la situación nos tomará con suerte otros tantos, pues son mucho más serios los problemas y mucho mayor la población involucrada. Sí, nos tomará otros tantos años, pero contados a partir del momento en que nuestra respuesta sincera a la pregunta de si aprendimos la lección de Chávez, el Maestro, sea “sí”.

martes, junio 14, 2005

Deselectrizante ignorancia ministerial

Una vez más el Ministro de Energía y Petróleo de la República Bolivariana y Robinsoniana de Venezuela hace gala de su ignorancia en materia de regulación tarifaria, al sujetar los ajustes de las tarifas del servicio eléctrico al mejoramiento de la calidad del servicio, una espiral interminable si no fuera porque la quiebra de las empresas distribuidoras le pone fin... y adiós luz que te apagaste. El Ministro basa la decisión del gobierno en una supuesta teoría de los servicios públicos, según dijo en su discurso durante la inauguración de los trabajos de construcción de la planta La Raisa de La Electricidad de Caracas, el 13 de junio de 2005.

Desde el 25 de noviembre de 2003 entraron en vigencia las Normas de Calidad del Servicio de Distribución de Electricidad, que establecen los parámetros para medir la calidad del servicio, los límites permisibles y las penalizaciones por infringir esos límites, además de los necesarios lapsos de transición para que las empresas adapten sus sistemas a las nuevas exigencias. Las tarifas se establecen para una empresa modelo que presta un servicio que cumple los límites de calidad y, en caso de que una empresa distribuidora incumpla los mínimos de calidad, se aplican las multas. Los límites de calidad se fijan de acuerdo con la realidad existente, de manera de no llevar a la quiebra a las empresas por la aplicación masiva de penalizaciones, sin disminuir los montos y prescindir del carácter disuasivo de la penalización, de manera de estimular las inversiones para el mejoramiento de la calidad del servicio. Los límites de calidad del servicio se ajustan periódicamente, con cada pliego tarifario, de manera de ir adaptándolos a la situación real y propender a una cada vez mejor calidad.

Si hay algo a lo que los usuarios se acostumbran con rapidez es a la buena calidad de un servicio, de manera que siempre exigen más calidad. Por eso, sujetar la fijación de tarifas que cubran los costos del servicio al cumplimiento de niveles de calidad es montarse en una espiral interminable, en la que la calidad esperada nunca es alcanzada y, por lo tanto, las tarifas nunca son corregidas.

Una vez más un Ministro de Energía, ignorante de la materia regulatoria, cae en ese error, y nada menos que en el acto en que un inversionista inicia la construcción de una planta con la esperanza de recuperar esa inversión a través de las tarifas. ¡Qué feo!

miércoles, mayo 18, 2005

Zapatero a sus zapatos… lo barato sale caro

El Universal del martes 17 de mayo de 2005 publica un artículo sobre el inicio de las obras de la vía alterna de Caracas a La Guaira, según anuncio del Ministro de Infraestructura Ramón Carrizález. Se citan palabras del Ministro, según las cuales afirma que los trabajos serán ejecutados con personal y equipo del Ministerio, “de manera de abaratar los costos estimados en 25 millardos de bolívares”. Es decir, en lugar de que el trabajo lo hagan empresa constructoras expertas en la materia, asumiendo los riesgos que implica una obra como ésa, será el Ministerio y sus trabajadores, equipos y recursos quienes se encarguen del asunto.
Las declaraciones del Ministro ratifican un rasgo del gobierno de Hugo Chávez, que no es sino una rémora de gobiernos anteriores: el menosprecio de la sabiduría popular condensada en los refranes “zapatero a sus zapatos” y “lo barato sale caro”. Lo mismo ocurre con otras iniciativas en las que el gobierno, en lugar de asumir su papel de regulador y poner las reglas para que la gente haga las cosas de la mejor manera, compitiendo por producir mejores bienes o prestar mejores servicios a menores precios, se convierte en empresario y esgrime el lema de los menores costos porque no considera todos aquéllos en que verdaderamente incurre el aparato gubernamental para realizar actividades empresariales, sin contar el costo que significa que quienes realmente saben cómo hacer las cosas, se quedan sin poder hacerlas y tienen que dedicarse a lo que no saben hacer. El resultado es una mayor ineficiencia generalizada en la sociedad y en el gobierno y la pérdida de la experticia ganada tras años de estudio, práctica y especialización, en ambos ámbitos.
En el caso de la vía alterna a La Guaira se gastarán con seguridad los veinticinco millardos y en el informe anual del Ministro, si por suerte es presentado, aparecerá la obra, si la terminan, como una obra de bajo costo, mientras que en los asientos contables del Ministerio, si se hacen, aparecerán los correspondientes a la nómina de los trabajadores que intervinieron en el diseño, la ejecución, la administración y la inspección, y los gastos de publicidad, los de expropiaciones, entre otros, como si no fueran parte de aquellos costos. Y en los cuadros y gráficos del Instituto Nacional de Estadística y de la Cámara de la Construcción seguirán apareciendo altas cifras de desempleo.
Otro ejemplo del que el gobierno hace alarde, en especial el propio presidente, es el de Mercal. Una buena parte de la Fuerza Armada es utilizada para sustituir a transportistas y distribuidores de alimentos: desde generales hasta soldados actúan como vendedores, cajeros, vigilantes, choferes, cargadores, administradores, supervisores, planificadores, controladores, transcriptores, contadores, analistas, secretarios, mensajeros, sus correspondientes femeninos y pare usted de contar. Las instalaciones y equipos de la Fuerza Armada son utilizados para comprar, transportar, almacenar, distribuir, vender, desempaquetar, empaquetar, pesar, contar, marcar, clasificar, calcular, rotular y con seguridad una larga lista de etcéteras que desconozco porque no soy especialista en el tema. Y no sería de extrañar que además de los de la Fuerza Armada, se utilizaran recursos de empresas del Estado –PDVSA, CADAFE y otras- y de Ministerios e Institutos del Estado. Y nada del costo de estos recursos se manifiesta en los precios de los productos de Mercal, y se anuncia con bombos y platillos que Mercal logró derrotar a los especuladores, que no son otros que la inmensa cantidad de trabajadores que no pueden hacer su trabajo, el de llevar los alimentos al mercado, porque ese trabajo lo está haciendo la Fuerza Armada y las demás organizaciones que dejan de hacer lo que tienen que hacer para dedicarse a la adquisición y distribución de alimentos.
Igual ocurre cuando se decide “rescatar” una empresa quebrada, a la que las fuerzas del mercado dejaron fuera porque otras producen mejor y a menor precio, y se las hace funcionar a juro, inyectándoles capital de trabajo y dejándolas en manos de gente sin conocimiento del negocio, o en el mejor de los casos sin capacidad para invertir. Se utilizan recursos del Estado y seguramente otros soldados para vigilar y otros generales para dirigir, como si los negocios fueran desfiles o guerras virtuales, para sacar adelante empresas inviables.
Y si la utilización de todos esos recursos no afecta el funcionamiento eficiente de las instituciones que colaboran para hacer realidad Mercal o para construir una carretera o producir bienes subsidiados o no competitivos, se puede afirmar sin duda que esos recursos no deberían estar asignados a esas instituciones. Los sueldos, salarios, prestaciones y demás beneficios que se pagan a toda esa gente deberían estar asignados a otros fines. Los costos en que se incurre para tener disponibles todos esos funcionarios y los equipos que se utilizan para poner en funcionamiento a Mercal o para construir la carretera o para hacer funcionar a juro esa empresa no competitiva, deberían ser asignados a salud, educación y seguridad, en lugar de convertirlos en fuente de desempleo e ineficiencia. Porque los recursos son escasos y distribuirlos con eficiencia es imprescindible. Cuestión de economía ortodoxa, desafortunadamente para algunos. Zapatero a sus zapatos, porque lo barato sale caro.

martes, mayo 03, 2005

La Ortodoxia Económica

Según el vocabulario del presidente Hugo Chávez, la “ortodoxia económica” la conforman todos los argumentos que pudieran ir en contra de su manejo alegre e ignorante de las finanzas públicas o de la consecución del objetivo revolucionario primordial de mantener el poder. La economía, esa ciencia que el presidente considera importante en la medida en que no se oponga a sus designios, no es otra cosa que la ciencia de la distribución de recursos escasos. A ella pudiera aplicarse la ley de conservación de la energía, si no fuera porque entre los recursos escasos -los bienes y servicios que requiere la población y que no pueden crearse de la nada ni desaparecerse, sino transformarse en calidad de vida o en basura- y la demanda de esos productos y servicios -que no debería ser menor que el mínimo indispensable para llevar una vida digna- el hombre inventó un medio para facilitar el intercambio, que es el dinero. La ortodoxia económica, sin comillas, dice que entre el valor de los productos y servicios y el valor del dinero para obtenerlos, debería haber poca diferencia. Y es en la interpretación de lo que se entiende por “poca”, donde la ortodoxia económica empieza a ser incómoda. La cantidad de dinero en manos de la población tiene dos objetivos: adquirir los bienes y servicios y dar la sensación de que se tiene suficiente para adquirirlos. El primero es el uso económico del dinero; el segundo es el uso político del dinero. Cuando el presidente expresa su disconformidad con la ortodoxia económica, está manifestando su oposición a quienes quieren limitar el uso del dinero en manos de la población para ese segundo objetivo, pues es ése el uso que le permite dar la sensación de bonanza que se traduce en votos en las siguientes elecciones, que permitirán afianzar el poder.
El argumento de que los elevados precios del petróleo permiten financiar una real bonanza es falso en el mediano y largo plazo, e incluso en el corto plazo. Ningún trabajador necesita ser un genio de la economía para saber que el aumento del salario mínimo se convierte en sal y agua en menos tiempo del que se requiere para gastar el primer pago de ese salario, y que incluso los precios de los bienes y servicios que requiere aumentarán antes del 1º de mayo para compensar el incremento de costos que producirá el nuevo salario mínimo. Con los precios del petróleo ocurre lo mismo: los bienes y servicios reflejarán en muy corto tiempo los nuevos precios de la energía requerida para producirlos, por lo que el aumento del flujo de dólares que la subida de los precios del petróleo trae, se verá convertido igualmente en salmuera al aumentar los precios de los bienes y servicios que se compran con esos dólares.Pero el ser humano prefiere engañarse a si mismo antes que enfrentar la realidad. Todos los trabajadores que verán aumentado su pago semanal, quincenal o mensual por el ajuste del salario mínimo, sonreirán al tenerlo en sus manos y hasta irán a festejarlo con unos tragos o invitando a la familia al cine o a una feria de comida en un centro comercial, porque es deliciosa la ilusión de tener dinero en la cartera y pensar que no sólo hay como para comprar lo que hace falta sino hasta para darse un lujo, ilusión que desaparece antes del siguiente pago y que se renueva con cada vez menos fuerza en cada pago ulterior, hasta que se acepta la dura realidad de que antes del nuevo salario mínimo, los reales alcanzaban un poquito más. Cuestión de ortodoxia económica.

jueves, abril 21, 2005

Magnesia de magnesio

Una foto difundida por Internet muestra una valla identificada con los logotipos del “Gobierno Bolivariano de Carabobo” y Fundadeporte, en la que se lee “Ahora el Deporte es de Todos” y abajo, en grandes letras blancas sobre fondo rojo “GIMNASIO DE GIMNASIA RONALD STORY”. La foto es una muestra de que la Gobernación de Carabobo ha iniciado un proceso (dentro de El Proceso) con el fin de mejorar la identificación de edificaciones, organizaciones, urbanizaciones, callejones, estaciones, demarcaciones y mojones, para que la ciudadanía pueda orientarse con mayor eficiencia en sus actividades cotidianas en ese revolucionario estado. Las características del mencionado proceso están orientadas por una toma de conciencia sobre la toma de conciencia de la población en cuanto a que:

1) La manera más rápida de hacer fortuna es haciéndose de un buen cargo público, pues permite tener acceso rápido a enormes cantidades de dinero, sin los peligros de ejercer un oficio profesional, industrial o de servicios comerciales en el que, además de arriesgar el patrimonio propio, se corre el riesgo de que le cierren el negocio o de ir a la cárcel porque en la factura computarizada que se entregó al cliente que acaba de irse luego de comprar un lápiz o un Toronto, no se indicó el número del piso del apartamento donde vive, o porque su oficio es discriminatorio e incitador del odio, porque sus tarifas no permiten que todo el mundo tenga acceso al producto de su trabajo.
2) Un requisito indispensable para hacerse de un cargo público es no haber realizado estudios de un nivel superior a los del jefe inmediato superior, o demostrar menos conocimientos o conocimientos mucho más superficiales que tal jefe, o mejor aún, tener un título de una universidad bolivariana.
3) La manera más rápida para obtener un título que acredite conocimientos enciclopédicos de la rama a la que corresponde el nombre del título, es inscribirse en un combo de misiones que le conduzca desde el analfabetismo al grado universitario en cuestión de meses.

La precitada toma de conciencia de la población conduce indefectiblemente a la necesidad de expresar con mayor claridad los nombres de todo, para evitar confusiones. Así, el letrero de la foto indica que se trata de un gimnasio para hacer gimnasia, para que no vayan a creer los zagaletones del barrio que por fin les instalaron los aparatos multifuerza para ejercitar bíceps, tríceps, cuadriceps y abdominales.

Así, pronto veremos el letrero de un “Banco de Dinero”, para que no se confunda con un banco de plaza o un banco de los que no tienen dinero; “Arepera de arepas”, para que no se piense que se trata de una incitación del Presidente a arar peras, ya que los gallineros verticales y las rutas de la empanada no surtieron el efecto deseado; “Restaurante de comida”, para que no se crea que es un restaurante para que se reúnan políticos a conspirar o funcionarios públicos a administrar sus dineros públicos; “Oficina de cedulación para sacar cédulas”, para que no piense la ciudadanía que es una de esas oficinas para hacer colas, hacerse pintar un número en el antebrazo, criar várices y recibir un papelito con un número para buscar un número en la cola del día siguiente; “Gobernación del Estado para gobernar el Estado”, no vaya a ser que la gente crea que se trata de una de esas gobernaciones que brillan por su inoperancia; “Cementerio de muertos”, para no confundirlo con uno de esos cementerios llenos de vivos que comercian con los puestos como si fueran para buhoneros; “Paseo para pasear”, para evitar que la gente se vaya con los niños, cesta de picnic en mano y pelota inflada y lista para el juego entre el papá y los chamos, y se encuentre con tremendo mercado de buhoneros donde la pestilencia no da espacio para un respiro; “Playa de mar”, para que los turistas sepan que pueden ponerse los trajebaños, tomar sol y bañarse, en lugar de hacer excursiones entre escombros y lodos movedizos; o “Zoológico de animales”, para que no se crea que se está entrando en una obra de teatro representativa del gobierno nacional.

La Gobernación de Carabobo requiere de ideas para una mejor identificación y nomenclatura en todos los ámbitos. Favor enviarlas por correo electrónico, porque los empleados contratados para adelantar el proceso no se atreven a proponer ninguna, no vaya a ser que los confundan con tecnócratas de la cuarta república.

Simón Saturno
Escritor de escritos

domingo, abril 17, 2005

Verdades agrietadas

En mi búsqueda de grietas en los teoremas y verdades supuestamente universales de las matemáticas, he hecho un nuevo descubrimiento: algunos de los denominados números primos no son tales. Es más, parece no haber entre ellos ningún nexo familiar ni siquiera lejano. Es el caso de algunos supuestos números primos mayores que la distancia en milímetros desde el sol hasta la estrella más cercana al sistema solar.
Me pregunto si esto de introducir grietas en esas verdades universales de las matemáticas, suficientemente lejanas como para que sólo pudieran ser descubiertas por un ser sin casi más nada que hacer que ponerse a escribir números inmensamente grandes, es una broma de mal gusto del Hacedor. ¿Qué hago? ¿Las publico o me callo, esperando que en un futuro tal vez no muy lejano (la informática nos deja cada día más tiempo ocioso) alguien más las descubra? ¿Y los derechos de autor?
Mis investigaciones, por ese gusto pendular que tengo por la poesía, me han llevado a descubrir con horror que cuando la longitud de los versos sobrepasa un número de sílabas superior a mil elevado a la mil, la rima es imposible. ¿Por qué el Creador hace estas cosas? ¿Acaso pensó que nadie jamás haría versos de tal longitud? ¿O acaso lo hizo como para dejar una prueba fehaciente de que Él no existe y es sólo ficción de un poeta de versos cortos? Sigo investigando, pero no sé si podré soportar tantas verdades agrietadas.

Paseo en autobús

Me dieron las cinco de la tarde frente a la computadora. No había previsto sentarme a contestar correos, pero no pude evitarlo. Cuando me paré no había escrito todo lo que quería, pero aún tenía que darme un baño antes de salir, lo que significaba que se me haría tarde para llegar a la hora de inicio de la clase en la Universidad. Mis alumnos tendrían que esperar, a lo que ya estaban acostumbrados. Un baño de policía, una afeitada superficial, fijador para la cola, una franela, un pantalón y el resto de la ropa, no en ese orden, y a llamar un taxi. Imposible: parece ser que a las cinco y media los taxistas ya han ganado lo suficiente como para abandonar las estaciones e irse a sus casas… y yo sin carro. La chica de voz sexy de la estación de taxis me dice mi amor no hay pero llámame dentro de cinco minutos. Su voz acaramelada y susurrante convierte esa frase en una invitación a otra cosa que no es contratar un taxi. Decido bajar a la calle y tomar uno de los que a esa hora traen gente de sus trabajos a esta alejada urbanización. Pero no tengo suerte. No me queda otra que tomar un autobús. Bajaré en Prados del Este y ahí tomaré un taxi.
El autobús que tomo parece pertenecer a un antiguo buhonero. Del borde superior del parabrisas cuelgan toallas pequeñas de colores fuertes, con personajes de tiras cómicas: Micky Mouse, una Chica Superpoderosa, el gato Garfield, Hello Kity, Mini Mouse, un personaje de Plaza Sésamo; sobre el borde de la ventana izquierda del conductor, en dos filas, una colección que imagino completa pero que seguramente no lo será, de tarjetas con los Pokemones; en el borde de la ventana contigua se ve que el conductor ha empezado a acumular una colección de tarjetas telefónicas, sostenidas por la goma del borde de la ventana. La música de salsa llena el ambiente. Difícilmente el conductor podrá escuchar si se le pide que se detenga en una parada. Este autobús de las cinco y media parece ser el que lleva de regreso a los trabajadores domésticos: mujeres de todas las edades, humildes (característica común de la gente de bajos ingresos); uno que otro obrero o jardinero, más humilde todavía. El autobús se va llenando. Dentro de poco iniciaré mi conflicto personal entre el caballero tradicional que cede la silla a una dama, sin importar su condición social o grado de humildad, y el feminista que trata de igual manera a hombres y mujeres y por lo tanto se queda sentado, a menos que la dama sea una viejita o venga cargada de un lactante.
Entra una chica, de unos diecisiete años, voluptuosa, anchas caderas, busto abundante pero no excesivo; camina como comiéndose al mundo con su top corto y su pantalón de talle muy bajo que deja ver su vientre suave, apenas cubierto por una delgada capa adiposa que sobresale ligeramente; su cabello largo, ondulado, cae sobre sus hombros en una cascada azabache brillante; sus labios carnosos son toda una provocación. Ya no hay asientos libres y queda poco espacio en los pasillos. Avanza en el pasillo hasta quedar justo a mi lado. Siento la intención de levantarme para cederle el puesto. No es ni viejita ni mujer con lactante, pero está como le da la gana. Mi movimiento para levantarme es paralizado por su amenazante ombligo, que parecía vigilar de cerca cada uno de mis movimientos. Con el rabo del ojo derecho puedo ver cómo se alejaba y acercaba con cada vaivén del autobús. A veces aquel ombligo de circularidad casi perfecta parecía querer besarme una ceja; otras veces, morderme una oreja. Mi ojo derecho empezó a entrecerrarse previendo el contacto súbito con aquel lugar geométrico de puntos equidistantes de un punto central. Una nueva parada, más trabajadores domésticos y el ombligo que se acerca.
El talle del pantalón no sólo era muy bajo, sino que con cada oscilación parecía descender algunas décimas de milímetro… ¿o era acaso mi imaginación enfebrecida por aquel ombligo? De pronto creí percibir con mi desorbitado ojo derecho un delgado remedo capilar de sortija que se asomaba tímidamente por el borde del pantalón. Una gota de sudor se formó en mi sien y el ombligo estuvo a punto de beberla. Me pareció sentir el perfume de lo que creo era el desodorante íntimo de la chica. Era un olor dulzón, como de durazno, madera, naranja amarga y jabón azul. La gota corrió por mi mejilla y fue a parar en la solapa de mi saco, formando un óvalo gris en la tela. Al otro lado del pasillo pude ver, durante el movimiento lateral del autobús al dar una curva pronunciada, mientras una mujer al lado de la chica anunciaba una nueva sesión de estripamiento, a un pasajero sentado, pelo canoso, tez y manos arrugadas que dejaban ver unos setenta años de trabajos físicos, angustiado de ver el nivel que a esas alturas del viaje alcanzaba el talle del pantalón de la chica, pero visto por detrás. Sus ojos mostraban el enrojecimiento producto del cansancio del día y del espectáculo de la chica, al que sólo podía imaginar, desde mi punto de vista. Los delgados remedos capilares de sortijas se hacían evidentes: dos, tres, cuatro. No eran fruto de mi imaginación.
Ya llegábamos a la estación de taxis de Prados del Este. Sería inútil gritar que me dejara en la siguiente parada, así que me levanté para tocar el timbre de aviso de parada. Mi hombro rozó el top de la chica. Desde mi ubicación no podía ver si se encendía alguna luz, y menos oír algún sonido que avisara al conductor de mi deseo de bajar. El autobús siguió sin parar, pero pude ver que tampoco había taxis en la estación, así que decidí bajar en la siguiente parada y esperar un taxi en la calle. La siguiente curva era hacia la derecha. Los pasajeros parados se inclinarían hacia la izquierda. El ombligo se acercaría a mi cara. El aroma dulzón entraría de nuevo en mis pulmones. El pantalón de talle bajo y los vellos ensortijados rozarían la piel de mi cara. La chica se inclinó para oprimir el timbre de parada y su vientre rozó mi cabeza. Fue un instante muy breve, pero suficiente para dejar una impresión que duró hasta después de terminada la clase. Llegué casi cuarenta y cinco minutos tarde. Los alumnos esperaban ansiosos los resultados del examen del lunes anterior. Estuve algo disperso en la clase, inseguro, como si no tuviera certeza de lo que decía. Cuando quise arreglar un cabello que se me vino a la cara, mi mano agitó una pizca remanente de aquel aroma dulzón… durazno, madera, naranja amarga y jabón azul, y di por terminada la clase.

¿Tendrás electricidad en el próximo minuto?

El sector eléctrico venezolano no se ha salvado de recibir su corrientazo de energía revolucionaria durante estos últimos seis años de gobierno del Presidente Hugo Chávez. A la indolencia y la indiferencia de las que fue objeto ese sector durante el gobierno de Rafael Caldera desde 1994, se añadieron en arrasadora inercia, la ignorancia de la que hace gala el actual gobierno y esa característica esencial de los directores ministeriales que han tenido que ver con el sector, como es la de no tomar decisión alguna, por más insignificante que sea, sin haber obtenido el aval previo del comandante, y como éste no asigna espacio en su agenda para las cuestiones eléctricas, excepto para inaugurar las centrales cuya construcción se proyectó e inició mucho antes de su llegada, pues no se toman decisiones. De ello se deriva que la Ley del Servicio Eléctrico promulgada en 1999 bajo el imperio de la ley habilitante de entonces, así como la Ley Orgánica del Servicio Eléctrico (LOSE) en la que fue transformada en 2001 por la Asamblea Nacional, no son más que letra muerta: no se han puesto en funcionamiento ni el ente regulador ni el ente operador y administrador del mercado de electricidad; no se han promulgado los reglamentos necesarios; no se han establecido las nuevas tarifas del servicio eléctrico de acuerdo con los lineamientos de la LOSE; las resoluciones de tarifas vigentes son violadas en detrimento de la salud financiera de las empresas y, como consecuencia de ello, de las necesarias inversiones para el mantenimiento de equipos y, en el mediano plazo, de la calidad del servicio; mucho menos se han instaurado los mecanismos de incentivo previstos en la LOSE para que entren nuevos productores en el mercado de electricidad o para que se realicen importaciones de los países del área andina, ni se han otorgado las concesiones de distribución de electricidad que permitirían un adecuado régimen de derecho para la realización de esa actividad.
Desde mediados de la década de los noventa, la Oficina de Operación de los Sistemas Interconectados (OPSIS), encargada de coordinar la operación del sistema interconectado nacional, venía advirtiendo de la necesidad de realizar nuevas inversiones en generación de electricidad y en el reforzamiento del sistema de transmisión, y de la posibilidad de racionamientos importantes del suministro eléctrico durante los primeros años de la década en curso, si esas inversiones no se producían. Los años 2001, 2002 y 2003 fueron años de angustia para quienes conocen el estado del sistema eléctrico nacional, pues la sequía había hecho descender los niveles del embalse de Guri, suplidor de casi un 70% de la energía eléctrica requerida por el país, hasta niveles nunca antes alcanzados. Las plantas termoeléctricas de las empresas del Estado Venezolano se encontraban lejos de cumplir con su cuota de suministro para evitar que el nivel del embalse de Guri siguiera bajando. Pero la consigna del gobierno fue la de evitar los racionamientos a toda costa e incluso, la de omitir cualquier mención de esa posibilidad, con excepción de aquella breve y sosa campaña publicitaria de “O la apagas o se apaga” para incitar al ahorro de electricidad, a la que casi nadie hizo caso. Y la política gubernamental era y sigue siendo la de que las inversiones las hace sólo el Gobierno. El 10 de mayo de 2003 el nivel del embalse llegó a 244,55 metros sobre el nivel del mar, varios metros por debajo del nivel de emergencia y poco más de cuatro metros por encima del nivel de colapso, en el que habría que detener ocho unidades de la central hidroeléctrica de Guri y racionar obligatoriamente alrededor del 40% del suministro eléctrico de todo el país. Afortunadamente, una vez más papá Dios decidió dejar para otra ocasión la lección y mandó lluvia en cantidades abundantes, con lo que el peligro de déficit no existirá al menos hasta el 2007; a ello se suma como bendición la entrada en operación de la central hidroeléctrica de Caruachi, que ha podido completarse a tiempo y ser inaugurada por Chávez, gracias al financiamiento contratado con el Banco Interamericano de Desarrollo en 1992, durante el último gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Durante estos últimos tres años, en los que la posibilidad de racionamiento era elevada, los industriales y comerciantes venezolanos hicieron compromisos de entrega de sus productos y mercancías; numerosos médicos realizaron intervenciones quirúrgicas o dejaron a sus pacientes, enfermos o recién nacidos, bajo la supervisión de equipos electrónicos de monitoreo; miles de personas utilizaron ascensores en sus edificios de residencia o de oficinas; millones de pasajeros utilizaron el Metro de Caracas para desplazarse de un lado al otro de la ciudad; cientos de operarios de máquinas de procesos continuos hicieron arrancar esos equipos; millones de kilos de productos perecederos fueron almacenados en depósitos refrigerados; decenas de barcos pesqueros izaron sus redes cargadas de pescados para llevarlos a la industria procesadora que les compraría la cosecha; millones de venezolanos guardaron en sus neveras los alimentos del día y de la semana; y como diría la publicidad de una tarjeta de crédito, cientos de hombres y mujeres pusieron sus esperanzas en una declaración de amor hecha bajo la tenue luz de una lámpara incandescente, en un restaurante, una discoteca o una plaza pública; todos ellos sin saber que en cualquier momento podrían ser víctimas de una falla del servicio eléctrico. De haberse producido el racionamiento en gran escala al que casi llegó el sistema eléctrico nacional en mayo pasado, la historia habría sido distinta: los industriales y comerciantes habrían incumplido sus compromisos y habrían tenido que soportar las consecuencias jurídicas, económicas y comerciales de ello; muchas intervenciones quirúrgicas habrían sufrido interrupciones fatales y muchos pacientes se habrían visto desprovistos del necesario monitoreo de sus funciones vitales; miles de personas habrían quedado atrapadas en ascensores o en los vagones del Metro; miles de millones de bolívares se habrían perdido por la interrupción de procesos continuos de producción; millones de kilos de alimentos y productos perecederos se habrían estropeado en depósitos refrigerados y en neveras en millones de hogares; decenas de barcos pesqueros habrían tenido que echar al mar su carga; y cientos de declaraciones de amor se habrían visto interrumpidas, algunas para bien, otras para mal.
De continuar la política de que sea sólo el Gobierno, haciendo exclusión de la iniciativa privada, quien busque y realice las soluciones a estos graves problemas, la situación volverá a repetirse tal vez dentro de un par de años. El Gobierno Venezolano no puede, por sí solo, afrontar las inversiones necesarias sin sacrificar significativamente los programas sociales, porque el dinero, al igual que la energía, no se crea de la nada y el que se usa para un propósito no puede utilizarse para otro. Tampoco podrá seguir siendo la empresa estatal petrolera, PDVSA, la que que contrate la instalación de nuevas plantas de generación, porque CADAFE no genera confianza como para contratar con ella, pues los recursos de PDVSA no son infinitos. Y cuando la urgencia del déficit de electricidad nos coloque en situación de negociación desventajosa y nos obligue a aceptar las exigencias de inversionistas deseosos de hacer negocios más que seguros, no nos quedará otra que preguntarnos ¿Y tú… con qué te vas a alumbrar en el próximo minuto?

La Regulación del Servicio Eléctrico en Venezuela

Aparte de las normas que permiten al Ejecutivo Nacional fijar las tarifas del servicio eléctrico y de los energéticos, pudiera decirse que en Venezuela no existe una regulación de las actividades del servicio eléctrico. Si bien en septiembre de 1999 se promulgó la Ley del Servicio Eléctrico, que pretendió establecer un mercado mayorista de electricidad, reglas de competencia regulada en generación de electricidad y mecanismos para estimular la eficiencia en las distintas actividades de producción, transporte, distribución y comercialización de electricidad, y que en diciembre de 2001 se promulgó la Ley Orgánica del Servicio Eléctrico, que corrigió algunos errores de la anterior y prolongó los plazos para la puesta en marcha de la reforma del sector eléctrico venezolano, el Ejecutivo Nacional no ha dado los pasos necesarios para iniciar esa reforma: designar a las autoridades del ente regulador, crear y poner en funcionamiento el operador del sistema eléctrico y administrador del mercado mayorista y promulgar los reglamentos necesarios para el libre acceso a las redes, entre otros.
Por el contrario, las acciones (o la falta de acción) del Ejecutivo Nacional conducen a un deterioro cada vez mayor de la situación financiera de las empresas eléctricas públicas y privadas, y a profundizar la ingerencia del Ejecutivo Nacional en las actividades destinadas a la prestación del servicio eléctrico. La intención de dar carácter normativo al Plan de Desarrollo del Servicio Eléctrico limitarán aún más las posibilidades de inversión privada en el sector eléctrico, ya bastante disminuidas por la incertidumbre que produce la falta de reglas claras en el sector.
Todo parece indicar que Venezuela tendrá que recorrer el camino que muchos otros países han recorrido antes de realizar reformas profundas en sus sectores eléctricos para permitir la participación de la inversión privada: sufrir crisis de abastecimiento. Aunque incluso este camino en Venezuela no asegura tales reformas. Las decisiones recientes del Ejecutivo Nacional de rechazar las ofertas de comercializadores colombianos y generadores venezolanos privados, a la hora de producirse apagones en estados de Los Andes y del noroccidente, por considerar exagerados los precios (nunca más altos que US$ 90/MWh), evidencian que el costo de racionamiento que el Ejecutivo Nacional percibe, está por debajo de esos precios. Por lo visto, el único costo que el gobierno toma en cuenta a la hora de considerar la solución coyuntural de un déficit de electricidad es el costo político, y mientras las fallas del suministro eléctrico ocurran en poblaciones del interior de la República y puedan achacarse a las empresas y no al gobierno, ese costo político es despreciable.