viernes, octubre 23, 2015

Una cancha común

Ésta podría ser una calle de cualquier pueblo de Venezuela, no muy alejada de una populosa ciudad: de tierra, rodeada de viviendas humildes y terrenos con siembras precarias. Al recorrerla y encontrarte con su gente puedes escuchar el cuento de una antigua promesa incumplida de asfaltado y de una ruta de transporte público. Una hilera de postes y un único cable transportan energía eléctrica que a veces no es suficiente para encender los bombillos ahorradores. En el frente de cada casa, uno o dos tanques de agua de 600 litros cada uno, muestran sus bocas abiertas, sedientas a la espera del camión cisterna que de tanto en tanto manda la Alcaldía, o el que en estos tiempos electorales envía una recién creada Misión.
                Desde este punto al Centro Comercial Las Trinitarias de Barquisimeto hay apenas 7 kilómetros. Afortunadamente llega la señal de TV, lo que permitirá –llegado el caso de que se presentara un policía a recorrer la calle –saber que es un “agente del orden” y no un invasor extraterrestre. Al final de la calle, la casa de frente azul guarda los arcos y la pelota de jugar futbolito. La cancha es la misma calle. Los juegos se realizan por lo general en las tardes. Los jugadores no tienen uniformes, así que hay que recordar bien quién quedó en cada equipo luego del sorteo previo: tres jugadores por cada lado. La pelota está despellejada de tanto rodar en la cancha de tierra seca. Ocasionalmente el partido es interrumpido por un mototaxi, única forma de transporte público que pasa desde que los taxis dejaron de venir para no dañar sus cauchos y amortiguadores en la accidentada bajada que precede a esta calle. También ocasionalmente el partido se detiene unos segundos para dejar pasar a un transeúnte apurado que no tiene tiempo de esperar un tiro al arco, única acción que según las reglas propias lo detiene, porque se marca un gol o porque la bola sale de los extremos longitudinales del campo.

                Los jugadores son adolescentes. El primer día en que atravesé la cancha durante un juego, lo hice luego de respirar profundo. Sabía, porque me advirtieron días antes, que uno de esos muchachos había matado a otro por una deuda impagada. Me fui por la orilla enmontada creyendo que no era parte del campo de juego, pero poco antes de llegar al arco más lejano, justo en frente de la casa azul, cuatro jugadores me rodearon en su persecución de la pelota, que llegó a mis pies. Por reflejo la pateé hacia uno de los jugadores, que la recibió, volteó y metió gol. Me alejé sin voltear mientras discutían la validez del gol, producido con mi ayuda.

domingo, octubre 11, 2015

La ineficiente sabrosura

El control de cambio y la regulación de precios, principales causantes de la escasez y el desabastecimiento, introducen fatales niveles de ineficiencia en el país que los padece, y quienes más los sufren son los trabajadores asalariados y las familias de menores ingresos.

Ningún empresario puede permitir que sus trabajadores falten dos días al mes sin sufrir una importante baja en sus ingresos, y en los actuales momentos en Venezuela, quien no tiene para pagar los precios que cobra un bachaquero por los productos de la cesta básica, tiene que dedicar al menos dos días al mes para hacer colas y recorrer abastos y supermercados para lograr adquirir lo que necesita para llenar el estómago de su familia, aunque tal vez no lo suficiente para alimentarla adecuadamente. La gran mayoría de los trabajadores venezolanos no tiene un vehículo propio, por lo que debe acudir al transporte público, lo que resulta –en la mayoría de las poblaciones del país –una pesadilla creciente. Así, entre colas a la espera del transporte, colas de tránsito vehicular en las calles y colas para adquirir alimentos, medicamentos, productos de higiene personal y limpieza, se desperdician millones de horas de gente que podría estar produciendo riqueza para el país.

Desafortunadamente muy pocos tienen la capacidad para valorar y entender el costo de esta ineficiencia, e incluso jerarcas del gobierno no sólo aceptan su existencia, sino que con cinismo llegan a calificar esas colas de sabrosas, un calificativo que sólo lo entendería en alguien que disfruta la intimidad a juro de ser apretujado en una cola como la de la foto o dentro de un autobús de transporte público en hora pico, pero que me resulta inaceptable para quien debería estar pensando y diseñando políticas públicas para lograr una mejor calidad de vida para la gente y un país productivo y sustentable.

Sin duda, el 6 de diciembre de 2015 será una buena oportunidad para enrumbar al país por una buena senda, constituyendo una Asamblea Nacional de mayoría calificada, que se ocupe de designar autoridades independientes para todos los Poderes Públicos, controlar al gobierno para lograr una administración sensata de los recursos públicos, y poner orden en el sistema legislativo venezolano, plagado de leyes incoherentes, populistas y demagógicas que han permitido alcanzar los escandalosos niveles actuales de ineficiencia de nuestra sociedad.

Foto tomada de http://renderasbusiness.com/colas-se-multiplican-en-supermercados-de-venezuela-ante-escasez-y-gobierno-envia-resguardo-policial/

martes, octubre 06, 2015

¡Encorralados!

En Venezuela mucha gente respondió al llamado de los bancos del gobierno y los recién estatizados, a abrir cuentas en ellos, y sigue haciéndolo en vista de que son los únicos autorizados para ser operadores cambiarios para poder tener acceso a los cupos de divisas, cada vez menores, dicho sea de pasada. También muchos comercios, atraídos por la posibilidad de obtener financiamiento para sus negocios y por la esperanza de importar insumos, decidieron abrir sus cuentas en esos bancos e instalar puntos de venta en sus instalaciones.
En Barquisimeto empezamos a sentir que esas decisiones no fueron tan acertadas. Desde hace algunas semanas los comercios de la ciudad empezaron a rechazar las tarjetas de débito y crédito como medio de pago y a exigir la cancelación en efectivo de las compras. Desde entonces las colas en los cajeros automáticos para hacer retiros han ido creciendo, lo que añade una cola más al calvario de los consumidores para hacer sus compras de alimentos, medicamentos, útiles escolares y demás productos de la cesta básica. Por otro lado, puesto que los retiros de efectivo de un cajero automático tienen un límite diario, la gente se ve obligada a hacerlos cada día para tener suficiente dinero en la cartera el día en que requiera hacer sus compras. Los rateros se frotan las manos ante la perspectiva de mejoramiento de los rendimientos de su actividad hamponil y los pedigüeños se hacen más amenazantes en sus pedidos en las unidades de transporte público, a sabiendas de que la gente lleva efectivo consigo. Y como es usual en nuestro país, empiezan a correr rumores sobre un posible corralito en el que nos veríamos limitados en la cantidad de nuestro dinero que podríamos retirar de nuestras cuentas bancarias, como si no fuera suficiente la pesadilla de corral que nos impide convertir nuestros menguados ingresos en una divisa estable, ante la producción de dinero inorgánico que el gobierno hace sin escrúpulo alguno y en abierta y desfachatada violación de la Constitución y las leyes.
Los comercios consultados esgrimen argumentos disímiles sobre las causas de rechazar los pagos mediante tarjetas de débito y crédito: que los bancos del gobierno, operadores de los puntos de venta, retrasan los depósitos que deben hacer de los montos de las ventas realizadas por medio de esas tarjetas; que la información de los movimientos bancarios puede ser utilizada por el gobierno para controlar la operación de los comercios, que se ven obligados a reponer inventarios con sobreprecios, en vista de la escasez y el desabastecimiento; que ante las restricciones de la venta de divisas, se hace necesario contar con efectivo para hacer tratos en el mercado negro y que no queden registradas en los bancos las operaciones de alto monto; y claro, los rumores de congelamiento de cuentas y de impuestos a las transacciones financieras.

Total, sean o no ciertas las razones para ello, los barquisimetanos empiezan a sufrir las consecuencias del encorralamiento producido por el elemento más dañino para la economía y la vida de un país: la desconfianza. Ella aleja las inversiones, dispara la inflación, estimula las compras nerviosas y el acaparamiento, aumenta la ineficiencia de la sociedad hasta niveles insoportables, y produce la angustia, la desesperación y la frustración permanentes de la población ante cualquier necesidad, por más básica que sea, que le lleve a tener que comprar un producto o contratar un servicio. Reponer la confianza exige un cambio que por lo visto el gobierno no piensa dar, que la directiva de la Asamblea Nacional persiste en impedir y que el Poder Judicial está dispuesto a bloquear. Queda en manos de la población dar los pasos para restablecer la tan necesaria confianza.

domingo, octubre 04, 2015

Una mañana dominguera cualquiera en El Cercado



El Cercado, en las afueras del noreste de Barquisimeto. Me despierta el ruido de las guacharacas correteando por el techo metálico de la antesala de la casa. Al fondo de ese tiquitiqui escucho el canto de los gallos, cada uno a su turno, cada vez más lejos hasta que se invierte el sentido de la seguidilla y uno a uno se van pasando el testigo hasta llegar al del vecino, algo ronco, tal vez por viejo. Hoy hay visita en la casa, así que me propongo hacer cachapas con los jojotos comprados ayer en la feria “Coffe & Vegetales” en Las Trinitarias. La visita aún duerme. Me dará tiempo.

Pelo los jojotos, los desgrano, y procedo a moler una primera porción en la licuadora, hasta darme cuenta -casi enseguida -de que la base del vaso no estaba bien puesta. Me pongo a limpiar la cocina, el mesón, las paredes, la cafetera, la tabla de picar, la ventana, la franela, las cejas, los lentes, el paladar y todo lo demás salpicado de agua de jojoto molido; miro al techo y respiro aliviado. Coloco bien la base del vaso de la licuadora y continúo la molienda del maíz. Como estoy en casa de mi hermana, vegetariana enemiga de las “menstruaciones de gallina”, no hay huevos, así que con cierta aprensión me dispongo a cocinar las cachapas. Añado a la mezcla algo de avena en hojuelas y harina de maíz para cachapas, con la esperanza de lograr cohesión.

Cocino las primeras cuatro cachapas en el viejo budare de superficie irregular producto de años de masas adheridas, quemadas y despegadas a golpe y porrazo. Trato infructuosamente de despegarlas, me rindo, espero que se cocinen los trozos adheridos al budare para despegarlos a juro y con ellos dar desayuno al perro.

Cocino el resto de las cachapas y y voy poniendo nombre a cada una según la forma en que quede después de despegadas del budare: Van Gogh sin oreja, elefante manco, orquídea marchita, pera plana, Volkswagen convertible, cachapa, fogata... La visita, amiga de mi sobrino, confiesa al servirle la primera, que no las come porque no le gusta el sabor dulzón del maíz. Mi sobrino se repone de la sorpresa y corre a preparar un par de arepas con harina de maíz, afrecho, avena y linaza. Mientras tanto sigo cocinando las cachapas artísticas. Cuando las arepas sonaron a tamborcito, nos sentamos a desayunar. Al terminar hacemos la rifa a ver quién no lavará los platos.

Voy a buscar el agua para lavar los platos una vez aceptada la idea de que no tengo suerte en las rifas. En el borde de calle de cada casa de El Cercado hay uno o dos tanques plásticos azules de 600 litros, en el que el camión de agua descarga su ración semanal de 500: nunca más porque “no alcanzaría para todos”, dice el operador de la manguera. El camión no tiene una manguera larga como para llegar al tanque elevado de las casas, ni tiene tiempo de meterse en el terreno de cada una para acercársele, porque debe hacer varios viajes cada día para que la representante del Consejo Comunal le firme y selle la certificación de haber prestado el servicio a la comunidad. El agua es clara, inodora y aparentemente potable. Cuando la superficie se calma aparece una capa de lo que según mi hermana es carbonato cálcico proveniente de los pozos de donde se saca el agua suministrada al sector: “Tapa las tuberías: las de la casa y las de la sangre, y se gasta más para quitar el jabón de los platos y de la piel, pero al menos tenemos agua”, dice mi hermana. 

Lavo los platos y al secarme las manos observo la piel brillante y arrugada de mis dedos, producto del uso del detergente lavaplatos, el multiuso que se consigue en envase de un galón. Enciendo el celular para escribirle a una amiga peleona que se niega a hacer colas en Caracas para comprar papel sanitario. Por cierto, recuerdo, nos queda sólo el rollo que está en uso.