jueves, abril 21, 2005

Magnesia de magnesio

Una foto difundida por Internet muestra una valla identificada con los logotipos del “Gobierno Bolivariano de Carabobo” y Fundadeporte, en la que se lee “Ahora el Deporte es de Todos” y abajo, en grandes letras blancas sobre fondo rojo “GIMNASIO DE GIMNASIA RONALD STORY”. La foto es una muestra de que la Gobernación de Carabobo ha iniciado un proceso (dentro de El Proceso) con el fin de mejorar la identificación de edificaciones, organizaciones, urbanizaciones, callejones, estaciones, demarcaciones y mojones, para que la ciudadanía pueda orientarse con mayor eficiencia en sus actividades cotidianas en ese revolucionario estado. Las características del mencionado proceso están orientadas por una toma de conciencia sobre la toma de conciencia de la población en cuanto a que:

1) La manera más rápida de hacer fortuna es haciéndose de un buen cargo público, pues permite tener acceso rápido a enormes cantidades de dinero, sin los peligros de ejercer un oficio profesional, industrial o de servicios comerciales en el que, además de arriesgar el patrimonio propio, se corre el riesgo de que le cierren el negocio o de ir a la cárcel porque en la factura computarizada que se entregó al cliente que acaba de irse luego de comprar un lápiz o un Toronto, no se indicó el número del piso del apartamento donde vive, o porque su oficio es discriminatorio e incitador del odio, porque sus tarifas no permiten que todo el mundo tenga acceso al producto de su trabajo.
2) Un requisito indispensable para hacerse de un cargo público es no haber realizado estudios de un nivel superior a los del jefe inmediato superior, o demostrar menos conocimientos o conocimientos mucho más superficiales que tal jefe, o mejor aún, tener un título de una universidad bolivariana.
3) La manera más rápida para obtener un título que acredite conocimientos enciclopédicos de la rama a la que corresponde el nombre del título, es inscribirse en un combo de misiones que le conduzca desde el analfabetismo al grado universitario en cuestión de meses.

La precitada toma de conciencia de la población conduce indefectiblemente a la necesidad de expresar con mayor claridad los nombres de todo, para evitar confusiones. Así, el letrero de la foto indica que se trata de un gimnasio para hacer gimnasia, para que no vayan a creer los zagaletones del barrio que por fin les instalaron los aparatos multifuerza para ejercitar bíceps, tríceps, cuadriceps y abdominales.

Así, pronto veremos el letrero de un “Banco de Dinero”, para que no se confunda con un banco de plaza o un banco de los que no tienen dinero; “Arepera de arepas”, para que no se piense que se trata de una incitación del Presidente a arar peras, ya que los gallineros verticales y las rutas de la empanada no surtieron el efecto deseado; “Restaurante de comida”, para que no se crea que es un restaurante para que se reúnan políticos a conspirar o funcionarios públicos a administrar sus dineros públicos; “Oficina de cedulación para sacar cédulas”, para que no piense la ciudadanía que es una de esas oficinas para hacer colas, hacerse pintar un número en el antebrazo, criar várices y recibir un papelito con un número para buscar un número en la cola del día siguiente; “Gobernación del Estado para gobernar el Estado”, no vaya a ser que la gente crea que se trata de una de esas gobernaciones que brillan por su inoperancia; “Cementerio de muertos”, para no confundirlo con uno de esos cementerios llenos de vivos que comercian con los puestos como si fueran para buhoneros; “Paseo para pasear”, para evitar que la gente se vaya con los niños, cesta de picnic en mano y pelota inflada y lista para el juego entre el papá y los chamos, y se encuentre con tremendo mercado de buhoneros donde la pestilencia no da espacio para un respiro; “Playa de mar”, para que los turistas sepan que pueden ponerse los trajebaños, tomar sol y bañarse, en lugar de hacer excursiones entre escombros y lodos movedizos; o “Zoológico de animales”, para que no se crea que se está entrando en una obra de teatro representativa del gobierno nacional.

La Gobernación de Carabobo requiere de ideas para una mejor identificación y nomenclatura en todos los ámbitos. Favor enviarlas por correo electrónico, porque los empleados contratados para adelantar el proceso no se atreven a proponer ninguna, no vaya a ser que los confundan con tecnócratas de la cuarta república.

Simón Saturno
Escritor de escritos

domingo, abril 17, 2005

Verdades agrietadas

En mi búsqueda de grietas en los teoremas y verdades supuestamente universales de las matemáticas, he hecho un nuevo descubrimiento: algunos de los denominados números primos no son tales. Es más, parece no haber entre ellos ningún nexo familiar ni siquiera lejano. Es el caso de algunos supuestos números primos mayores que la distancia en milímetros desde el sol hasta la estrella más cercana al sistema solar.
Me pregunto si esto de introducir grietas en esas verdades universales de las matemáticas, suficientemente lejanas como para que sólo pudieran ser descubiertas por un ser sin casi más nada que hacer que ponerse a escribir números inmensamente grandes, es una broma de mal gusto del Hacedor. ¿Qué hago? ¿Las publico o me callo, esperando que en un futuro tal vez no muy lejano (la informática nos deja cada día más tiempo ocioso) alguien más las descubra? ¿Y los derechos de autor?
Mis investigaciones, por ese gusto pendular que tengo por la poesía, me han llevado a descubrir con horror que cuando la longitud de los versos sobrepasa un número de sílabas superior a mil elevado a la mil, la rima es imposible. ¿Por qué el Creador hace estas cosas? ¿Acaso pensó que nadie jamás haría versos de tal longitud? ¿O acaso lo hizo como para dejar una prueba fehaciente de que Él no existe y es sólo ficción de un poeta de versos cortos? Sigo investigando, pero no sé si podré soportar tantas verdades agrietadas.

Paseo en autobús

Me dieron las cinco de la tarde frente a la computadora. No había previsto sentarme a contestar correos, pero no pude evitarlo. Cuando me paré no había escrito todo lo que quería, pero aún tenía que darme un baño antes de salir, lo que significaba que se me haría tarde para llegar a la hora de inicio de la clase en la Universidad. Mis alumnos tendrían que esperar, a lo que ya estaban acostumbrados. Un baño de policía, una afeitada superficial, fijador para la cola, una franela, un pantalón y el resto de la ropa, no en ese orden, y a llamar un taxi. Imposible: parece ser que a las cinco y media los taxistas ya han ganado lo suficiente como para abandonar las estaciones e irse a sus casas… y yo sin carro. La chica de voz sexy de la estación de taxis me dice mi amor no hay pero llámame dentro de cinco minutos. Su voz acaramelada y susurrante convierte esa frase en una invitación a otra cosa que no es contratar un taxi. Decido bajar a la calle y tomar uno de los que a esa hora traen gente de sus trabajos a esta alejada urbanización. Pero no tengo suerte. No me queda otra que tomar un autobús. Bajaré en Prados del Este y ahí tomaré un taxi.
El autobús que tomo parece pertenecer a un antiguo buhonero. Del borde superior del parabrisas cuelgan toallas pequeñas de colores fuertes, con personajes de tiras cómicas: Micky Mouse, una Chica Superpoderosa, el gato Garfield, Hello Kity, Mini Mouse, un personaje de Plaza Sésamo; sobre el borde de la ventana izquierda del conductor, en dos filas, una colección que imagino completa pero que seguramente no lo será, de tarjetas con los Pokemones; en el borde de la ventana contigua se ve que el conductor ha empezado a acumular una colección de tarjetas telefónicas, sostenidas por la goma del borde de la ventana. La música de salsa llena el ambiente. Difícilmente el conductor podrá escuchar si se le pide que se detenga en una parada. Este autobús de las cinco y media parece ser el que lleva de regreso a los trabajadores domésticos: mujeres de todas las edades, humildes (característica común de la gente de bajos ingresos); uno que otro obrero o jardinero, más humilde todavía. El autobús se va llenando. Dentro de poco iniciaré mi conflicto personal entre el caballero tradicional que cede la silla a una dama, sin importar su condición social o grado de humildad, y el feminista que trata de igual manera a hombres y mujeres y por lo tanto se queda sentado, a menos que la dama sea una viejita o venga cargada de un lactante.
Entra una chica, de unos diecisiete años, voluptuosa, anchas caderas, busto abundante pero no excesivo; camina como comiéndose al mundo con su top corto y su pantalón de talle muy bajo que deja ver su vientre suave, apenas cubierto por una delgada capa adiposa que sobresale ligeramente; su cabello largo, ondulado, cae sobre sus hombros en una cascada azabache brillante; sus labios carnosos son toda una provocación. Ya no hay asientos libres y queda poco espacio en los pasillos. Avanza en el pasillo hasta quedar justo a mi lado. Siento la intención de levantarme para cederle el puesto. No es ni viejita ni mujer con lactante, pero está como le da la gana. Mi movimiento para levantarme es paralizado por su amenazante ombligo, que parecía vigilar de cerca cada uno de mis movimientos. Con el rabo del ojo derecho puedo ver cómo se alejaba y acercaba con cada vaivén del autobús. A veces aquel ombligo de circularidad casi perfecta parecía querer besarme una ceja; otras veces, morderme una oreja. Mi ojo derecho empezó a entrecerrarse previendo el contacto súbito con aquel lugar geométrico de puntos equidistantes de un punto central. Una nueva parada, más trabajadores domésticos y el ombligo que se acerca.
El talle del pantalón no sólo era muy bajo, sino que con cada oscilación parecía descender algunas décimas de milímetro… ¿o era acaso mi imaginación enfebrecida por aquel ombligo? De pronto creí percibir con mi desorbitado ojo derecho un delgado remedo capilar de sortija que se asomaba tímidamente por el borde del pantalón. Una gota de sudor se formó en mi sien y el ombligo estuvo a punto de beberla. Me pareció sentir el perfume de lo que creo era el desodorante íntimo de la chica. Era un olor dulzón, como de durazno, madera, naranja amarga y jabón azul. La gota corrió por mi mejilla y fue a parar en la solapa de mi saco, formando un óvalo gris en la tela. Al otro lado del pasillo pude ver, durante el movimiento lateral del autobús al dar una curva pronunciada, mientras una mujer al lado de la chica anunciaba una nueva sesión de estripamiento, a un pasajero sentado, pelo canoso, tez y manos arrugadas que dejaban ver unos setenta años de trabajos físicos, angustiado de ver el nivel que a esas alturas del viaje alcanzaba el talle del pantalón de la chica, pero visto por detrás. Sus ojos mostraban el enrojecimiento producto del cansancio del día y del espectáculo de la chica, al que sólo podía imaginar, desde mi punto de vista. Los delgados remedos capilares de sortijas se hacían evidentes: dos, tres, cuatro. No eran fruto de mi imaginación.
Ya llegábamos a la estación de taxis de Prados del Este. Sería inútil gritar que me dejara en la siguiente parada, así que me levanté para tocar el timbre de aviso de parada. Mi hombro rozó el top de la chica. Desde mi ubicación no podía ver si se encendía alguna luz, y menos oír algún sonido que avisara al conductor de mi deseo de bajar. El autobús siguió sin parar, pero pude ver que tampoco había taxis en la estación, así que decidí bajar en la siguiente parada y esperar un taxi en la calle. La siguiente curva era hacia la derecha. Los pasajeros parados se inclinarían hacia la izquierda. El ombligo se acercaría a mi cara. El aroma dulzón entraría de nuevo en mis pulmones. El pantalón de talle bajo y los vellos ensortijados rozarían la piel de mi cara. La chica se inclinó para oprimir el timbre de parada y su vientre rozó mi cabeza. Fue un instante muy breve, pero suficiente para dejar una impresión que duró hasta después de terminada la clase. Llegué casi cuarenta y cinco minutos tarde. Los alumnos esperaban ansiosos los resultados del examen del lunes anterior. Estuve algo disperso en la clase, inseguro, como si no tuviera certeza de lo que decía. Cuando quise arreglar un cabello que se me vino a la cara, mi mano agitó una pizca remanente de aquel aroma dulzón… durazno, madera, naranja amarga y jabón azul, y di por terminada la clase.

¿Tendrás electricidad en el próximo minuto?

El sector eléctrico venezolano no se ha salvado de recibir su corrientazo de energía revolucionaria durante estos últimos seis años de gobierno del Presidente Hugo Chávez. A la indolencia y la indiferencia de las que fue objeto ese sector durante el gobierno de Rafael Caldera desde 1994, se añadieron en arrasadora inercia, la ignorancia de la que hace gala el actual gobierno y esa característica esencial de los directores ministeriales que han tenido que ver con el sector, como es la de no tomar decisión alguna, por más insignificante que sea, sin haber obtenido el aval previo del comandante, y como éste no asigna espacio en su agenda para las cuestiones eléctricas, excepto para inaugurar las centrales cuya construcción se proyectó e inició mucho antes de su llegada, pues no se toman decisiones. De ello se deriva que la Ley del Servicio Eléctrico promulgada en 1999 bajo el imperio de la ley habilitante de entonces, así como la Ley Orgánica del Servicio Eléctrico (LOSE) en la que fue transformada en 2001 por la Asamblea Nacional, no son más que letra muerta: no se han puesto en funcionamiento ni el ente regulador ni el ente operador y administrador del mercado de electricidad; no se han promulgado los reglamentos necesarios; no se han establecido las nuevas tarifas del servicio eléctrico de acuerdo con los lineamientos de la LOSE; las resoluciones de tarifas vigentes son violadas en detrimento de la salud financiera de las empresas y, como consecuencia de ello, de las necesarias inversiones para el mantenimiento de equipos y, en el mediano plazo, de la calidad del servicio; mucho menos se han instaurado los mecanismos de incentivo previstos en la LOSE para que entren nuevos productores en el mercado de electricidad o para que se realicen importaciones de los países del área andina, ni se han otorgado las concesiones de distribución de electricidad que permitirían un adecuado régimen de derecho para la realización de esa actividad.
Desde mediados de la década de los noventa, la Oficina de Operación de los Sistemas Interconectados (OPSIS), encargada de coordinar la operación del sistema interconectado nacional, venía advirtiendo de la necesidad de realizar nuevas inversiones en generación de electricidad y en el reforzamiento del sistema de transmisión, y de la posibilidad de racionamientos importantes del suministro eléctrico durante los primeros años de la década en curso, si esas inversiones no se producían. Los años 2001, 2002 y 2003 fueron años de angustia para quienes conocen el estado del sistema eléctrico nacional, pues la sequía había hecho descender los niveles del embalse de Guri, suplidor de casi un 70% de la energía eléctrica requerida por el país, hasta niveles nunca antes alcanzados. Las plantas termoeléctricas de las empresas del Estado Venezolano se encontraban lejos de cumplir con su cuota de suministro para evitar que el nivel del embalse de Guri siguiera bajando. Pero la consigna del gobierno fue la de evitar los racionamientos a toda costa e incluso, la de omitir cualquier mención de esa posibilidad, con excepción de aquella breve y sosa campaña publicitaria de “O la apagas o se apaga” para incitar al ahorro de electricidad, a la que casi nadie hizo caso. Y la política gubernamental era y sigue siendo la de que las inversiones las hace sólo el Gobierno. El 10 de mayo de 2003 el nivel del embalse llegó a 244,55 metros sobre el nivel del mar, varios metros por debajo del nivel de emergencia y poco más de cuatro metros por encima del nivel de colapso, en el que habría que detener ocho unidades de la central hidroeléctrica de Guri y racionar obligatoriamente alrededor del 40% del suministro eléctrico de todo el país. Afortunadamente, una vez más papá Dios decidió dejar para otra ocasión la lección y mandó lluvia en cantidades abundantes, con lo que el peligro de déficit no existirá al menos hasta el 2007; a ello se suma como bendición la entrada en operación de la central hidroeléctrica de Caruachi, que ha podido completarse a tiempo y ser inaugurada por Chávez, gracias al financiamiento contratado con el Banco Interamericano de Desarrollo en 1992, durante el último gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Durante estos últimos tres años, en los que la posibilidad de racionamiento era elevada, los industriales y comerciantes venezolanos hicieron compromisos de entrega de sus productos y mercancías; numerosos médicos realizaron intervenciones quirúrgicas o dejaron a sus pacientes, enfermos o recién nacidos, bajo la supervisión de equipos electrónicos de monitoreo; miles de personas utilizaron ascensores en sus edificios de residencia o de oficinas; millones de pasajeros utilizaron el Metro de Caracas para desplazarse de un lado al otro de la ciudad; cientos de operarios de máquinas de procesos continuos hicieron arrancar esos equipos; millones de kilos de productos perecederos fueron almacenados en depósitos refrigerados; decenas de barcos pesqueros izaron sus redes cargadas de pescados para llevarlos a la industria procesadora que les compraría la cosecha; millones de venezolanos guardaron en sus neveras los alimentos del día y de la semana; y como diría la publicidad de una tarjeta de crédito, cientos de hombres y mujeres pusieron sus esperanzas en una declaración de amor hecha bajo la tenue luz de una lámpara incandescente, en un restaurante, una discoteca o una plaza pública; todos ellos sin saber que en cualquier momento podrían ser víctimas de una falla del servicio eléctrico. De haberse producido el racionamiento en gran escala al que casi llegó el sistema eléctrico nacional en mayo pasado, la historia habría sido distinta: los industriales y comerciantes habrían incumplido sus compromisos y habrían tenido que soportar las consecuencias jurídicas, económicas y comerciales de ello; muchas intervenciones quirúrgicas habrían sufrido interrupciones fatales y muchos pacientes se habrían visto desprovistos del necesario monitoreo de sus funciones vitales; miles de personas habrían quedado atrapadas en ascensores o en los vagones del Metro; miles de millones de bolívares se habrían perdido por la interrupción de procesos continuos de producción; millones de kilos de alimentos y productos perecederos se habrían estropeado en depósitos refrigerados y en neveras en millones de hogares; decenas de barcos pesqueros habrían tenido que echar al mar su carga; y cientos de declaraciones de amor se habrían visto interrumpidas, algunas para bien, otras para mal.
De continuar la política de que sea sólo el Gobierno, haciendo exclusión de la iniciativa privada, quien busque y realice las soluciones a estos graves problemas, la situación volverá a repetirse tal vez dentro de un par de años. El Gobierno Venezolano no puede, por sí solo, afrontar las inversiones necesarias sin sacrificar significativamente los programas sociales, porque el dinero, al igual que la energía, no se crea de la nada y el que se usa para un propósito no puede utilizarse para otro. Tampoco podrá seguir siendo la empresa estatal petrolera, PDVSA, la que que contrate la instalación de nuevas plantas de generación, porque CADAFE no genera confianza como para contratar con ella, pues los recursos de PDVSA no son infinitos. Y cuando la urgencia del déficit de electricidad nos coloque en situación de negociación desventajosa y nos obligue a aceptar las exigencias de inversionistas deseosos de hacer negocios más que seguros, no nos quedará otra que preguntarnos ¿Y tú… con qué te vas a alumbrar en el próximo minuto?

La Regulación del Servicio Eléctrico en Venezuela

Aparte de las normas que permiten al Ejecutivo Nacional fijar las tarifas del servicio eléctrico y de los energéticos, pudiera decirse que en Venezuela no existe una regulación de las actividades del servicio eléctrico. Si bien en septiembre de 1999 se promulgó la Ley del Servicio Eléctrico, que pretendió establecer un mercado mayorista de electricidad, reglas de competencia regulada en generación de electricidad y mecanismos para estimular la eficiencia en las distintas actividades de producción, transporte, distribución y comercialización de electricidad, y que en diciembre de 2001 se promulgó la Ley Orgánica del Servicio Eléctrico, que corrigió algunos errores de la anterior y prolongó los plazos para la puesta en marcha de la reforma del sector eléctrico venezolano, el Ejecutivo Nacional no ha dado los pasos necesarios para iniciar esa reforma: designar a las autoridades del ente regulador, crear y poner en funcionamiento el operador del sistema eléctrico y administrador del mercado mayorista y promulgar los reglamentos necesarios para el libre acceso a las redes, entre otros.
Por el contrario, las acciones (o la falta de acción) del Ejecutivo Nacional conducen a un deterioro cada vez mayor de la situación financiera de las empresas eléctricas públicas y privadas, y a profundizar la ingerencia del Ejecutivo Nacional en las actividades destinadas a la prestación del servicio eléctrico. La intención de dar carácter normativo al Plan de Desarrollo del Servicio Eléctrico limitarán aún más las posibilidades de inversión privada en el sector eléctrico, ya bastante disminuidas por la incertidumbre que produce la falta de reglas claras en el sector.
Todo parece indicar que Venezuela tendrá que recorrer el camino que muchos otros países han recorrido antes de realizar reformas profundas en sus sectores eléctricos para permitir la participación de la inversión privada: sufrir crisis de abastecimiento. Aunque incluso este camino en Venezuela no asegura tales reformas. Las decisiones recientes del Ejecutivo Nacional de rechazar las ofertas de comercializadores colombianos y generadores venezolanos privados, a la hora de producirse apagones en estados de Los Andes y del noroccidente, por considerar exagerados los precios (nunca más altos que US$ 90/MWh), evidencian que el costo de racionamiento que el Ejecutivo Nacional percibe, está por debajo de esos precios. Por lo visto, el único costo que el gobierno toma en cuenta a la hora de considerar la solución coyuntural de un déficit de electricidad es el costo político, y mientras las fallas del suministro eléctrico ocurran en poblaciones del interior de la República y puedan achacarse a las empresas y no al gobierno, ese costo político es despreciable.