martes, febrero 07, 2006

Manchas

Esto de no tener un horario de trabajo me ha permitido caer en la autocontemplación. Y en una de ésas en que me autocontemplaba me di cuenta de que me están saliendo manchas en las manos. Al principio pensé ¡qué bonitas! porque se me parecían a las pecas, a las efélides de mi primera novia, que ésa sí es verdad que el alemán no la borra para nada, que las tenía marrones, negras y anaranjadas, diminutas y de miles de formas que yo me divertía en descubrir: que si una mariposa, un elefante, una araña, un corazón, un águila, un ojo con pupila y todo, un escarabajo de los de cuatro ruedas y pare usted de contar porque yo no paraba pues mientras ella más se divertía con mis descubrimientos más me permitía buscar en lugares más íntimos de la geografía multicolor de su piel y más se excitaba mi creatividad entre otras cosas, y veía ángeles y demonios, dragones y vacas, ovejas y osos, botellas y lámparas de Aladino, lobos y caperucitas y mientras más me acercaba a donde no debía acercarme más personajes de cuentos de hadas encontraba como si me fuera drogando con el aroma que mi imaginación me hacía percibir, porque su risa me daba cada vez más permiso para seguir.

Pero otra novia me dijo no seas iluso que ésas, las mías, son manchas de vejez y no pecas y mucho menos efélides como tú les dices, y entonces me alegré mucho más porque me dije que serían como las de mi madre, que las tenía más grandes que las de mi primera novia y de formas abstractas excepto las que parecían nubes o charcos de agua turbia o manchas de la luna, a las que yo me quedaba mirando mientras ella cocinaba o preparaba una torta y a veces eran cubiertas por los restos de la masa que amasaba para hacer arepas o torta de bolitas, como la vez que, teniendo yo entre siete y ocho años, logré dar una vuelta completa al patio de la casa de Las Palmas en bicicleta sin caerme y fui corriendo a compartir con ella la emoción de mi hazaña, y me la encontré con quién sabe qué mal humor encima convertido en frialdad a tal punto que ante mi relato entrecortado lo que contestó fue un qué bueno igualito a un mhmm o a un ajá, y entonces me quedé tieso de la decepción contemplando sus manos bajo el chorro de agua que quitaba la espuma de jabón e iba descubriendo aquellas nubes color de tormenta de tierra en el cielo color carne de su piel, o los charquitos de agua turbia en la arena beige rosada de sus manos, y aquello me parecía como una magia o como si Dios hubiera salpicado las manos de mi madre con sus pinceles cuando la hizo, y yo me veía las mías, blancas como la leche porque a esa edad no me había dado por echarme como lagartija a coger sol en la playa, y entonces corría nuevamente al patio, abría la llave de la manguera y hacía barro con la tierra de las cayenas de flores rojas y gota de néctar dulce por dentro, y me pintaba puntos y círculos y nubes y charcos hasta que lograba que mis manos fueran un remedo pequeño de las de mi madre, y entonces agarraba de nuevo la bicicleta para intentar dos vueltas al patio sin caerme aunque me distrajera por segundos viendo mis manchas que ya no eran de barro sino de mi misma piel, y luego tres vueltas y cuatro hasta que escuchaba el llamado a almorzar o cenar y me acercaba a la mesa y antes de que pudiera sentarme la orden de lavarse las manos hacía desaparecer la falsa magia que yo había construido.

Y tuve que esperar casi medio siglo para que la magia se hiciera de verdad y aparecieran en mis manos la Osa Mayor y Orión y un astronauta con su morral grandote de equipos y bombonas en su espalda y una fila de hormigas paralizadas en su camino a comerse mi muñeca izquierda, luego de haber remontado esa vena gruesa y azulada que el astronauta enfrenta ahora en su ruta, y una serie de letras en código Braile algo incomprensible sobre todo porque no sé leer código Braile, pero un día de éstos aprendo no vaya a ser que ahí esté el número de la lotería que me hará millonario, y según mi amiga que ya no es mi novia porque nuestros días se fueron llenando de manchas de otro tipo que las aguanta una amiga porque no se entera pero no una novia porque se la pasa enterándose, seguirán saliendo a menos que coma ajonjolí en ayunas y vitamina E para que las manchas no delaten el tiempo que llevo suspirando por las de las manos de mi madre, que en paz descanse desde hace tiempo, hasta el punto de enamorarme de pecas que se le parecen y prometer el cielo y las estrellas por verlas y tocarlas, y regalar flores por contarlas y recortar maripositas y cajitas de papel de las que me enseñó a hacer Pablo para descubrir sus formas, y después meterme en tremendos líos porque las pecas no lo son todo en la vida, porque supuestamente hay más que lo que uno ve, que no es lo que yo he visto, que es que lo que pasa es que hay cosas que uno no quiere ver hasta que no hay manera y no queda otra que decir adiós y dejar de ver las manchas de la piel, y a lo mejor las mías me las mandó Dios para que deje de estar buscándolas en otras pieles, aunque tendré que ver si puedo contagiar la diversión de encontrarles formas.

Simón Saturno
Febrero 07, 2006

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