martes, abril 25, 2006

Religiosa escuela

Esto de ser miembro de la junta directiva de la sociedad de padres y representantes del colegio de mi hijo de 13 años es… frustrante. Tan bien que estaba yo dejando su educación en manos de los maestros, con mi dedicación usual para ayudarlo en sus tareas en la casa, no sin resistencia de su parte por mi empeño en que entienda en lugar de memorizar, porque papá ¿de qué me sirve entender el origen de los nombres de los conductos por donde sube y baja la savia de las matas, si a mí lo que me interesa si acaso es la leña para hacer parrillas y asar salchichas, por más que tú digas papá que esas salchichas las hacen con orejecochino, trompecochino, rabo’e cochino y un cerro de químicos que transforman la supuesta carne en esa masa agelatinada y paralelepípeda de color creyón color carne que sólo sabe a salchicha que a mí me encanta? Pero no, me empeñé en que la sociedad de padres tenía que servir para algo más que organizar verbenas y comprar medallas para las competencias deportivas, y no me conformé con comentarlo con algunas madres mientras esperábamos que salieran los chamos de clases, sino que no me pude callar la boca y lo solté en la asamblea de padres, y cuando me propusieron como secretario de la junta no pude decir que no porque tampoco me había aguantado la lengua antes cuando dije que tenía tiempo de sobra para revisar los cuadernos de mi hijo porque estoy sin trabajo.

Y como yo no me iba a quedar con ésa empecé a proponer candidatas para que me acompañaran en el deber, tratando que fueran las más simpaticonas y, bueno, más o menos lo logré, aunque me metieron en la junta a uno que no dice ni ñe y de presidente a este gordo más católico que el Papa excepto a la hora de sacar fotocopias a escondidas en su oficina. Y a lo mejor por pensar eso es que me enfrasqué en las primeras reuniones de la junta, en que la educación religiosa en el colegio no debía limitarse al catecismo católico para preparar a los niños para su primera comunión. Y mientras defendía mi tesis, sobre todo ante el presidente, una de las maestras se acercó y comentó que su hijo había sentido miedo de hacer la primera comunión, y recordé cuando en mis doce años, allá en San Felipe, vivía aterrorizado por mis pecados y por el inevitable acercamiento de la Semana Santa y la ineludible confesión ante el cura de la iglesia, y la necesidad que sentía de magnificar mis supuestas violaciones de las leyes de Dios y de la Iglesia para que me creyeran la confesión y me dieran la absolución general que arroparía hasta los pecados que no había recordado, y esa fue la época en que cayó en mis manos -no recuerdo cómo, hasta el punto de pensar que el diablo me lo hizo llegar- la transcripción del debate Russell-Copleston sobre la existencia de Dios, que no recuerdo haber leído, y no creo haberlo leído porque todavía hoy sigo sin entenderlo pero, para mí, saber que aquel señor que me sonaba tan famoso discutía con un cura sobre la existencia de Dios, fue suficiente asidero para declararme ateo y no volver a visitar un confesionario más nunca en mi vida. Y el recuerdo de aquellos tiempos de terror me llevó a proponer que a los niños había que mostrarles otras opciones, pensando que cuando mucho invitaríamos a mi amigo el evangélico a dar una charla o dos, y a un rabino y un musulmán de los de la mezquita de Quebrada Honda y, aprovechando el viaje, un cura de la iglesia de enfrente.

Pero me salió una vocal ex-hippie con remordimientos desde que dejó los Hare Krishna para irse con un pavo hijo de millonario, que se iba los domingos a comer gratis en el templo como si le hiciera falta, y que la convenció de que continuara su búsqueda de placer con él y que se casaran y pasaran su luna de miel en la Costa Azul, bien lejos de la India, y la vocal, ahora divorciada y con tres hijos, quiere ganar indulgencias con Krishna y poner a los chamos del colegio a cantar Hara Hare Rama Rama al ritmo de tamborcitos y campanitas de bronce. Y más atrás saltó la Sra. Paradopoulos o algo así, diciendo que la iglesia ortodoxa griega es distinta de la católica venezolana y el padre Andreas estará feliz de venir a hablar de ella y de recibir grupos de niños en su capilla y yo les prepararía unos tabaquitos de arroz en hoja de parra que se van a chupar los dedos mientras oyen al padre. Y cuando el papá de un compañerito de mi hijo, Salhá, se enteró porque su hijo le comentó lo que mi hijo le había dicho de lo que yo le había hablado, se presentó sin invitación a la siguiente reunión de junta directiva y exigió que se incluyera a un amigo suyo estudioso del Corán porque ya era hora de que se diera a los niños la oportunidad de salvarse y de sacrificarse en la lucha contra tanta herejía imperante. Y como si aquello fuera una fiesta, se acercó un señor de apellido Nahón que segundos antes, a pocos metros de nuestra mesa en el pasillo frente a la biblioteca, preguntaba a la bibliotecaria que por qué no querían prestarle una película a su hijo para verla en casa, por más que tuviera una deuda desde hace meses en la cantina escolar, que de paso no la voy a pagar porque bien fuerte fue la indigestión que le produjeron a mi hijo esas cinco empanadas grasientas que se comió de las que venden ahí, seguramente fritas en aceite rancio desde hace quién sabe cuántos días que hasta aquí llega el olor. Nahón oyó a Salhá y poco le importó la respuesta de la bibliotecaria; se acercó a nosotros y sin pedir permiso empezó a hablar para exigir, mientras con un dedo jugaba con los rollitos de sus patillas, que a los niños, señores y señoras, hay que enseñarles la Torah y poner disciplina porque no me van a negar ustedes que esos cortes de cabello les hacen parecer militares, en lugar de dejarse crecer las patillas como debe ser; y mientras él hablaba del corte de pelo yo comparaba sus largas patillas con las mías y me preguntaba si yo podría confundirme con los de su iglesia.

Y la cosa pasó de fiesta a tumulto porque otras madres que estaban hablando con la Coordinadora de Básica porque no hay suficientes hornos de microondas para que todos los niños calienten su merienda, se acercaron a la reunión y resultó que una es Testigo de Jehová y se llama Estrella y pidió que su hermana Cielo viniera a hacer apostolado, y hasta la señora de servicio -que había venido con el café y unas empanadas frías cortadas en mitades que dejaban ver que las de queso eran sólo de aroma de queso- opinó antes de que la otra terminara que yo soy Adoradora de María y a las niñas del colegio hay que enseñarles a adorar a la madre de Dios para que se dejen de andar coqueteando desde que son unas bebés y dando saltos en la clase de deportes nada más que para que se les vea lo que no se les debe ver.

Pero la cosa no terminó ahí, porque yo siempre de boca floja comenté el asunto con mi hermana, que pasa hambre para pagar el viaje a la India a ver a su maestro contador de anécdotas en quién sabe qué lengua, a quien fui a escuchar la última vez que vino a Venezuela porque acepté la invitación de mi hermana, y me pareció que el verdadero maestro como que era el traductor, y mi hermana se empeñó y cuando se empeña es mejor complacerla porque si no se pone insoportable, en que cuadráramos para que en la próxima visita del Maestro lleváramos a los chamos al asram para que lo vieran a los ojos porque una mirada bastará para sanarlos e iluminarlos e iniciarlos en el camino del hinduismo, y les solté la propuesta, lo que ayudó a calmar un poco la reunión porque más de uno se quedó pensando si yo hablaba en serio. Y claro, si la idea es que los niños conozcan todas las corrientes de pensamiento religioso, yo no me iba a quedar tranquilo hasta que aceptaran que también había que dar cabida a un ateo o a un ateo creyente como yo que no creo en Dios pero creo en brujas y espíritus, y al final aceptaron no tanto porque los convenciera de la solidez de mis creencias sino por mi terquedad y porque ya se acerca la hora del almuerzo y nos vemos la semana que viene si Dios quiere.

Pero el asunto se puso de lo más diabólico en la siguiente reunión cuando tratamos de resolver el punto de distribuir el tiempo para hablar en clases de cada religión porque lo que hay previsto son sólo dos horas por semana y unas pocas semanas de clase al año, por más que a mi chamo le parezca que son como cien, porque una que no sé de dónde salió -porque las reuniones de Junta ya eran como asambleas- dijo que mitad y mitad para las monoteístas y las politeístas; y yo casi propongo que mitad y mitad para los ateístas y para los que no; y Salhá, que se convirtió en miembro permanente de la Junta por autoaclamación, exigió que mitad y mitad para los cristianos y los no cristianos, y después echó cuentas y propuso que a cada religión en proporción a su cobertura mundial; y la griega decía que no todas las religiones cristianas eran iguales y que había que diferenciarlas y que a cada una igual tiempo; y una “hermana” de mi hermana, que se había presentado puntualmente, sugirió que porque sí había que llevar a los chamos al asram y para eso tienen que prever un día completo, porque una hora de viaje de ida y una hora para comer la comida bendita y otra para escuchar las anécdotas y otra para que los muchachos en fila vieran cada uno a los ojos al Maestro después de que éste haga su hora de siesta después de las anécdotas, y una hora para regresar si es que no es hora pico porque la autopista de El Valle se pone lenta como una procesión del Nazareno de San Pablo de Santa Teresa.

Y mejor que no hubiera nombrado la “hermana” de mi hermana a esa procesión porque saltó uno que resultó ser defensor bolivariano de la cultura popular y que hasta ese momento había sido suplente de vocal con voto pero sin voz por lo tímido, y exigió que a la cultura religiosa del soberano hay que darle preferencial espacio en el tiempo -Einstein demostró que no son independientes- y que yo hablaré con la Supervisora de Distrito que es amiga mía para que apruebe una hora a la semana para eso, y ahí sí que se pusieron de acuerdo todos en un solo santo y se armó la sampablera y todos querían sermonear al mismo tiempo, hasta que no quedó otra que nombrar una comisión que se encargara de redactar una propuesta de acuerdo para someterla a la Dirección del colegio, propuesta que estuvo lista en un par de semanas y que, con las correcciones de estilo finales de la Junta religiosamente ampliada, quedó más ambigua que un acuerdo condenatorio de la OEA, y al final la Directora, católicamente, le dio el engavétese de costumbre, con lo que el cura de la parroquia sigue ejerciendo el monopolio de las dos horas semanales durante unas pocas semanas antes de la primera comunión de los chiquitos, aunque le diera miedo al hijo de alguna maestra, y mientras tanto los hijos de Salhá, de la griega, de la Hare Krishna, de Nahón y de la Testigo se divierten echando carreras en la cancha de fútbol que, dicho sea de paso, ya es hora de que le cambien el sustrato porque ese polvito de ladrillo rojo mancha zapatos, medias, pantalones y franelas y no hay detergente que lo quite, por más religioso que sea el lavado.

Simón
Abril 24, 2006

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