Estoy inmovilizado por el calor del
mediodía. El roce de la piel con el aire caliente, parece producir ampollas. A
los zancudos se les incendian las alas y en su vuelo forman delgados hilos de
humo en el aire. Las orugas en las arrugadas hojas de los arbustos se resisten
a tejer sus capullos al ver a las mariposas volar con sus alas en fuego. El
aire se detiene para dejar escuchar la respiración de las hormigas, paralizadas
en los troncos de los árboles, jadeando a la espera de que el piso candente se
enfríe un poco. Es el calor de El Cercado, una zona rural en el borde noreste
de Barquisimeto. Las recientes invasiones de terrenos en las zonas bajas, más
cercanas a la ciudad, han traído consigo incontables tomas ilegales en las
tuberías de suministro de agua de la zona, por lo que desde hace un par de
meses se interrumpió el servicio, que ya venía presentando fallas de presión
por una ventosa rota a la salida del tanque elevado que permitía alimentar al
sector. Los habitantes se contentan ahora por el suministro semanal y para
algunos quincenal de agua mediante camiones cisternas que suplen unos 500
litros por casa cada vez. Las siembras de ají, de granos y de hortalizas se ven
menguadas, cuando no muertas por la falta de riego. Hasta la sábila sufre la
sequía y muestra sus hojas delgadas, de las que será imposible sacar un
cristal.
Cuando el crepúsculo que asombra cada
tarde da paso a la noche, acompaño a mi hermana a una reunión del Consejo
Comunal, convocada hace un par de días para tratar el caso del transporte
público. Esta noche es de esperar que no habrá apagón: primero fue ocasional,
luego semanal, ahora interdiario; antes de 2 horas, luego de 3, y el de ayer de
4. Cuando llego a la reunión, una mujer residente de un sector vecino, conocida
defensora de los logros de la revolución, informa que los conductores a los que
se asignaron en venta los autobuses chinos para servir a la zona, no pagaron en
un año ni una sola de las cuotas para comprar sus respectivas unidades,
calculadas en el equivalente a menos de un 10% de sus ingresos mensuales, por
lo que el gobierno decidió quitarles las unidades para venderlas a otros
conductores interesados. La mujer informa que se crearán nuevas rutas
alimentadoras que llevarán a los pasajeros desde sus áreas de residencia –muchas
no servidas porque las calles son de tierra –hasta el borde de la ciudad, para
abordar unidades de otras líneas hacia todos los rincones de la ciudad. Esas
nuevas unidades cobrarán sólo Bs. 10 por pasajero por trayecto. Lo que no dice
es que serán Bs. 10 adicionales a los 15 o 20 que cobran las líneas
alimentadas, por lo que el gasto en transporte aumentará entre 50 y 67% para
los habitantes del sector. Mi hermana interviene para hacer notar ese “detalle” pero es silenciada por la afirmación de la que lleva la batuta de la reunión, de que
los conductores de las nuevas unidades contarán con una proveeduría en la que
podrán adquirir cuando los necesiten, cauchos, baterías y repuestos (los logros
de la revolución siempre son a futuro), por lo que no tendrán excusa para
convocar paros de transporte como el que acaban de realizar los conductores del
transporte público de la ciudad, “como parte de la guerra económica contra el
gobierno”. Esta última afirmación me saca una carcajada inevitable, que corto
enseguida al notar que más nadie ríe y que incluso algunos asistentes aplauden.
La expositora cambia de tema y pasa a hablar de un parque infantil que la revolución
construirá en un terreno del sector.
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