martes, marzo 07, 2006

Aprendizaje de peatón

Esto de andar sin carro, por las razones que sean y que no vienen al caso porque quién me manda a divorciarme y eso será tema de otro escrito al que titularé Aprendizaje de divorciado, me ha hecho aprender muchas cosas que como conductor no veía o sí veía pero como si no. En primer lugar, como principio básico en el que se fundamentan las enseñanzas del deambular a pie por las calles de Caracas, que debe ser más o menos lo mismo que pasear por las calles de Socopó o de San Ignacio de Yuruaní pero con más gente, porque el tierrero en las calles es el mismo, los huecos iguales o mayores los de aquí, y los animales cruzando las calles casi igual, sólo que en esos pueblos pueden ser osos hormigueros o cunaguaros o venados o vacas andando en cuatro patas y aquí los animales van en cuatro ruedas y todos se creen unos tigres; decía pues que el principio básico es que los peatones llegaron (llegamos, porque ahora me incluyo en ese lote) primero, antes que los carros, antes que los automóviles, aunque ahora que lo digo ese criterio no tiene por qué conducir a una prevalencia de derechos de los peatones sobre los de los conductores, porque después cómo le respondo al que me viene a decir que los indígenas tienen derecho sobre los yacimientos de uranio del Amazonas porque ellos llegaron hace treinta mil años y nosotros los explotadores de recursos naturales con fines iraníes pacíficos llegamos hace apenas unos meses, o al que me arguye que el título de propiedad del terreno donde está el edificio donde está mi apartamento de la playa no vale porque el primer papel de propiedad que está registrado fue emitido en 1807 por un Capitán de la provincia de Nueva Andalucía que reportaba al gobierno español de la época y no por el jefe de los Cumanagotos que eran los pisatarios originales de esas tierras.

Pero no nos desviemos del objetivo inicial porque ya tenemos bastante con tener que desviarnos por una trocha de contingencia con tremendo talud casi vertical al lado que con cualquier lluviecita se nos viene abajo si la gramita esa que le sembraron no pega. El asunto es que los peatones somos más y por lo tanto… y por lo tanto… bueno, este argumento como que tampoco es muy bueno porque si a ver vamos eso de la democracia aquí se parece mucho más a la de los griegos en el tiempo de los griegos, porque para ellos el demo no era el perraje sino los que eran capaces de leer y entender lo que escribía Sócrates, y cuando sacaban la cuenta el demo era cuando mucho el quince por ciento de la población pero igual se hacían los griegos y seguían mandando y mandaban al ejército y mandaban a los demás a freír monos por más que fueran más y la cracia del demo no les hiciera mayor gracia. Pero lo cierto es que los peatones somos más y podemos atravesarnos en las calles y parar el tráfico sin que nos pongan multa, porque dime tú qué número de placa va a poner el fiscal en la boleta porque seguro que ni se atreve a mirarle el rabo a uno para ver si lleva y mucho menos si es una morena de ésas que tiene tremenda maleta porque le puede salir carterazo por pasao.

Pero mejor dejemos lo del principio básico para cuando haya pensado mejor el asunto y pasemos a lo de las enseñanzas, que las voy a decir en completo desorden alfabético para que no me discutan que si ésta es más importante que aquélla:

Primero: El deambular peatónico me ha enseñado que la inteligencia necesaria para manejar un vehículo automotor no es suficiente para entender que las franjas blancas que pintan en la calzada, transversales a la línea entre esquina y esquina, no son para disfrazar las calles de cebras o para que los conductores apuesten a pasar las ruedas por los espacios entre ellas o para que las comparen con el tamaño de las puertas del vehículo parándolo encima de ellas.

Segundo: Esa inteligencia tampoco es bastante como para entender que los escasos semáforos llamados de peatones que hay en la ciudad, no son para indicar a los conductores de vehículos que esa zona es como un polígono de tiro en el que las balas son los carros y los blancos son esos individuos que en lugar de cuatro ruedas tienen dos patas, para que les apunten con la estrellita o la palomita o la línea central del capó.

Tercero: Cuando la inteligencia necesaria para conducir un vehículo se suma a la disponibilidad económica suficiente para comprar una camioneta cuatro por cuatro o que parece cuatro por cuatro, la comprensión de para qué son las aceras disminuye a niveles casi imperceptibles, y que desde la ventana de uno de esos vehículos, los que circulan cerca se ven igualitos a los arbustos que son triturados con los cauchotes del vehículo cuando se explora una montaña para probar la mocha.

Cuarto: Cuando llueve, la inteligencia aquella se humedece, se oxida, se corroe y se disuelve hasta el punto de hacer imposible de entender a qué se debe que cuando el vehículo pasa velozmente por un charco ubicado cerca de la acera por donde caminan algunos peatones, salta una especie de catarata invertida y arqueada que impepinablemente cae sobre los mencionados caminantes y les deja la ropa como braga de mecánico pero empapada y ni te cuento del peinado de peluquería, y produce un pitico ensordecedor en los oídos de la mamá del conductor, encuéntrese donde se encuentre.

Quinto: El daltonismo es un defecto que no se descubre con las tarjeticas con puntos de colores que muestra el médico que emite el Certificado Médico de Conducir mientras está hablando por el celular o sacando la cuenta de cuánto se va a ganar con la cola de gente que tiene afuera esperando o conversando con la secretaria de qué vas a hacer esta tarde mi amor cuando terminemos con esto.

Sexto: Lo de instalar semáforos en las esquinas de las calles por donde circulan los vehículos automotores es una excusa para que se metan unos reales unos empresarios que los fabrican e instalan y unos alcaldes y concejales que los contratan, porque con tanto daltónico manejando da lo mismo que la luz esté en verde o en rojo o en el color que sea, que igual tienen los peatones que pasar corriendo y rogando a Yemayá que no me lleves en esta esquina por favorcito.

Séptimo: El acto de conducción de un vehículo afecta la percepción espacio-temporal y las facultades auditivas del conductor de manera que éste puede detenerse a echarle un piropo a una peatona que está más buena que el pan de piquito, y quedarse lelo viendo cómo se bambolean sus redondeces al caminar y no escuchar a los conductores que detrás de él le gritan expresiones admirativas sobre la parte externa del aparato genital de su progenitora, o a los otros peatones que ratifican esas expresiones mientras esperan que mueva su vehículo de las franjas blancas pintadas en la calzada, para poder llegar al otro lado de la calle, cosa imposible porque ya los otros conductores están pasando por los lados como alma que lleva el diablo, previa mirada fulminante al conductor piropeador.

Octavo: Los que deciden dónde pintar las franjas blancas, al terminar su jornada laboral agarran su carro para irse a casa y no tienen la menor idea de lo que es tener que caminar una cuadra entera para encontrar unas franjas de esas para cruzar la calle, y después tener que devolverse porque en la otra esquina se acaban las franjas y no hay por dónde cruzar a donde uno quiere ir.

Noveno: Los que deciden colocar barandas en medio de las calles para que los peatones no crucen, también tienen su carro para irse a casa o se van en la cola que les ofrecen los que deciden dónde pintar las franjas blancas.

Décimo: Los Alcaldes que en los años electorales deciden hacer todas las obras de ornato y mantenimiento que no hicieron en los años anteriores, cuando inspeccionan las obras y tienen que escalar los montículos de piedras, arena y escombros esparcidos en lo que queda de aceras, van rodeados de aduladores y encantadores de serpientes empecinados en convencerlos de que todo estará listo en la fecha prevista y antes de las elecciones, y ni cuenta se dan de que están caminando.

Penúltimo, y no por que no haya más de una docena de enseñanzas sino porque me voy a dedicar a analizar lo del principio básico: Los urbanistas y ecologistas que se oponen a que se corten las raíces de esos inmensos, ancianos y desubicados árboles que levantan las aceras de las calles de la ciudad capital y las transforman en retos para el Proyecto Cumbre, se parecen mucho a los que deciden dónde se pintan las franjas blancas o dónde poner las barandas aquellas, en cuanto a la forma de regresar a sus casas después de la jornada laboral.

Y último: Los que deciden construir aceras altas para retar a los de las cuatro por cuatro y mandan a poner unas rampitas cortas con inclinación de cuarenta y cinco grados para echárselas de amigos de los discapacitados, jamás en su vida se han montado en una silla de ruedas, ni siquiera cuando fueron niños y los llevaron a una clínica a visitar a ¡su madre que los parió!

SimónMarzo 07, 2006

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