domingo, marzo 19, 2006

Mundo borroso

El mundo se ha ido poniendo cada vez más borroso. Al principio, guiado por esa manía que tenemos algunos pocos seres humanos -de la que no me siento orgulloso por más que contribuya a hacer la vida más larga o sentirla más larga- de tapar el sol con un dedo o escapar de los problemas haciéndose los locos, hice caso a los oftalmólogos, que me hablaban de hipermetropía, miopía, astigmatismo, presbicia, glaucoma, hipertensión ocular y no sé cuántas dolencias más que supuestamente se combinaban con la opacidad de la córnea prestada a mi accidentado ojo izquierdo para producirme una especie de niebla ante todo lo que se atravesaba en mi campo visual. Pero a medida que avanzo hacia mi primer siglo de vida, a una velocidad que me doy cuenta de que es siempre la misma por más que lo difuso del mundo que me rodea me haga creer a veces que no es así (60 segundos por minuto; 60 minutos por hora; veinticuatro horas por día; trescientos sesenta y cinco días y seis horas por año; cien años por siglo… por lo que sé hasta ahora), me convenzo de que el ser humano va desarrollando con el tiempo la capacidad de ver algo más que el “cuerpo físico” de las cosas -incluyendo en este término a humanos, inhumanos, transhumanos, animales, virus, plantas, minerales, sus combinaciones simbióticas y parasitarias y demás seres vivos en cualquiera de sus estados, sólido, líquido, gaseoso, plasma y ectoplasma- pero como no le han enseñado que eso es posible y no sólo una excepción que se manifiesta en espiritistas, mediums, videntes, iluminados y charlatanes, acude a los oftalmólogos para que le inventen una de vaqueros para no tener que poner en duda lo aprendido a lo largo de toda su vida, lo cual por lo general tiene consecuencias depresoras terribles.

Parece ser, y sólo parece ser porque hasta ahora la palabra de los bebés de menos de cinco años no es del todo confiable, pues uno no sabe si los amigos invisibles que dicen tener son inventados o realmente existen, parece ser decía, que la gente nace con la capacidad de ver el desvanecimiento del mundo, pero con tanto que lo corrigen a uno papá, mamá, abuelas, abuelos, tíos, tías y todo pariente que aunque tenga apenas unos días más de edad ya se cree con autoridad para decirle a uno no tú no estás viendo una nube sino a tu abuela, terminan por convencerlo de que lo único que existe es lo llamado “físico”. Claro, más adelante, cuando el cuento de lo puramente físico empieza a agrietarse por incoherente con el día a día, le meten el cuento de los fenómenos paranormales o el de los espíritus, su gran variedad de formas de manifestación, sus poderes, sus milagros, y el pastel que se forma en la cabeza es un pesado mapa agarrado con alfileres que a la menor brisita se descuelga y se va al piso, y termina uno acostado en el diván de un psicoanalista que trata de disfrazar sus servicios con el cuento de la relación analista-paciente que no se puede romper así como así y hasta puede durar años porque casi vamos a ser hermanos y no se olvide pagar puntualmente incluso las sesiones a las que no viene; o yendo a donde un psiquiatra que te llena el estómago de pepas y el cerebro de efectos secundarios, primarios y terciarios, algunos con éxito porque empiezas a ver borroso, pero en ese momento te mandan al oculista, que te manda a eliminar las pepas que te mandó el otro, y empiezas a sentirte como pelota de ping pong yendo del uno al otro dizque buscando la combinación ideal de pastillas psiquiátricas y oftalmológicas, hasta que te destrozan el estómago, el hígado, el páncreas y las tripas y vuelves a empezar a ver borroso, pero meten a un tercero en el juego, que es el gastroenterólogo, y se reinicia el ping pong pero con tres raquetas. Con el tiempo van apareciendo más raquetas hasta que no hay lado de la mesa por donde escapar.

Pero resulta que las incoherencias del pesado mapa mental son tantas que terminan siendo pruebas irrefutables de la difuminación del planeta y el universo entero, porque si no dime tú a qué se debe que cada vez sea más la gente que no entiende lo que está pasando y prefiere quedarse encerrada en casa sin importarle lo que sucede a su alrededor, excepto si lo pasan en televisión o lo averigua por Internet, y por aquí mejor porque se entera cuando le da la gana y si lo ve borroso dice que es un efecto especial que le parece bonito o feo pero siempre irreal y no interfiere con su esquema mental, y si le parece que va a interferir cambia para otra página Web por más que le aparezcan popups fastidiosos; o dime tú por qué cada vez es más la gente que cree que está unida a otras personas por lazos invisibles que no puede romper por más que lo intente, o que piensa que el aletear de una mariposa en Japón (¿sólo en Japón aletean las mariposas capaces de tales efectos?) puede producir la conversión al Islamismo de un comandante en Venezuela; o por qué se te paran los pelos cuando se te paran los pelos como si hubiera cerca un imán de vellos, sin que estés pasando por encima de una central de generación de electricidad; o por qué presientes que alguien se va a aparecer y se aparece. La respuesta es la desintegración de todo, que produce una especie de niebla alrededor de cada cosa, como una nube de sudor o de aroma, alrededor de lo que entendemos como superficie, que hace que el contorno sea difuso, impreciso… borroso.

Y creo que el espesor de esa niebla está aumentando en cada cosa, en cada uno de nosotros; de eso me doy cuenta en cada encuentro con amigos, con compañeros de trabajo, con extraños, en la calle, en la casa, dondequiera, o cuando veo la luna o las estrellas; de tal manera que la niebla alrededor de uno empieza a confundirse con la del otro cercano, con la del que pasa por el lado, con la de la silla en que se sienta, y todos empezamos a formar parte de una sola nube, una sola gran nube, una sola y única gran nube.

Desde hace días guardé mis lentes en sus estuches. Estuve a punto de botarlos… corrijo: no los boté, porque uno nunca sabe cuándo me va a dar por chuparme un dedo y volver a las andanzas. Los lentes son filtros que no dejan pasar la luz proveniente de la nube. Algún día, cuando todo esté al extremo de lo borroso, cuando todo sea por fin una sola nube homogénea, los lentes de toda la gente no dejarán pasar nada; filtrarán todo y cuando la gente se los quite no verá diferencia alguna; pensarán que se quedaron ciegos y cuando intenten volver a colocárselos en la nariz sólo encontrarán una niebla inconsistente y escucharán el sonido de los lentes estrellándose contra el piso. Tal vez ese ruido les haga entender.

Simón Saturno
Marzo 19, 2006

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