lunes, marzo 27, 2006

Regular vivienda

El mercado inmobiliario está enloquecido. Dos apartamentos iguales ubicados en el mismo piso del mismo edificio pueden venderse en precios uno el doble del otro. Y claro, yo los que consigo son los del precio doble. Y el principal responsable de la locura es… ¿adivinan?... ¡Claro! ¡El gobierno! Porque ahora un rancho a medio caerse en una zona a punto de derrumbarse vale… ¡cincuenta millones! Ésa es la cantidad que el gobierno entrega, luego de mucho rogar, a los habitantes de una zona de riesgo de deslizamiento, para que se muden a otro lado. Y éstos, ni gafos que fueran, se niegan a aceptar la limosna porque saben que con eso lo único que pueden comprar es otro rancho a punto de caerse en otra zona de riesgo, y encima tienen que pagar al camión de mudanzas que les llevará los corotos, con lo cual quedarán más pobres que antes y con la misma angustia de que el rancho les caiga encima con cualquier llovizna. Uno podría pensar que no les pasa por la cabeza que los cincuenta millones son una buena cuota inicial para una vivienda mejor, como lo serían para mí, pero la irregularidad y la insuficiencia de sus ingresos sólo les hacen ver la única opción: la compra de contado.

Y si un rancho en tales condiciones cuesta cincuenta millones ¿cuánto puede costar la regular vivienda que ando buscando, una casita con jardincito plano y bien sustentado, sin peligro de agrietarse y derrumbarse, en la Gran Caracas? Resulta pues que lo que tengo no me alcanza ni para la cuota inicial, que creía tenerla hasta el día en que el gobierno empezó a ofrecer aquella cantidad por las precarias viviendas de los cerros inestables. Ahora la cuota inicial de la casita que busco se montó por las alturas de las nueve cifras bajas, como dice mi banco cuando da una referencia, aunque cuando la ha dado de mi cuenta no llega a las seis cifras medias.

En vista de la catástrofe económica en que me ha sumido el precio mínimo así establecido en el mercado de viviendas, decidí irme a las colas de CONAVI en Las Mercedes para ver si me metía en esa rifa, o para ver cómo conseguía mi numerito. Muy fácil, me dijeron, consíguete un Certificado de Damnificado. ¡Ay, papá! dije yo, ¡qué manguangua! Tengo sopotocientos amigos y familiares que pueden dar fe de lo damnificado que estoy, con todas las de la Real Academia de la Lengua, porque soy víctima de grave daño de carácter colectivo, pues yo no soy el único que anda en esta pelazón desde que utilizan las famosas listas para dar trabajo, o para negar trabajo. Bájate de esa nube, me dijeron, porque los Certificados de Damnificado los otorga el gobierno entre escombros a pie de cerro, y para eso tienes que tener un rancho a punto de caerse y de matar por lo menos tres votos, a no ser que quieras comprar un Certificado, que seguramente los venden, y, claro, deben estar aumentando cada día de precio apuntando a los cincuenta millones y vas en góndola porque te ahorras el camión de mudanza, así que apúrate.

Mientras tanto los reales de la cuota inicial van esfumándose poco a poco por estar pagando el apartamento alquilado donde vivo, supuestamente regulado desde hace años. Pero la regulación lo que hace es incentivar la imaginación de los propietarios y de los que buscan un inmueble donde vivir, que inventan combinaciones de comodatos y giros, arrendamientos y letras, arrendamientos con pago de condominio, arrendamientos con pago de muebles (un escaparate carcomido por los comejenes y los años y una lavadora incapaz de hacer un ciclo completo sin hacerse la muerta a medio camino), contratos de un año sin prórroga y renovación con nuevo canon, arrendamiento sin contrato, pagos por traspasos, cuota por la llave y quién sabe qué otras figuras jurídicas más que al final lo que hacen es hacer todo más caro, más incierto y más angustiante.

Por fin, cuando vi mi cuenta bancaria en descenso inversamente proporcional al aumento de la cuota inicial, fui a donde mi amigo el economista para ver en qué estaba equivocándome al sacar las cuentas, y mi amigo el economista me dijo que mis cuentas estaban bien; llegué a pensar que ya no era mi amigo porque me dejó deprimido y perplejo, porque la conclusión es que tengo dos opciones: seguir matándome exponencialmente otro cerro de años para tratar de alcanzar la cuota inicial, o mudarme para un cerro empinado durante un par de inviernos, claro está, escogiendo bien el cerr… ¡Epa! ¡Para qué soy ingeniero sino para ingeniármelas? ¡Amigos, les invito a invertir en una empresa de estudios de suelos, certificadora de terrenos de alto riesgo, óptimos para construir ranchos con garantía de derrumbe en pocos meses! Para constituir la empresa necesito un ingeniero de suelos para que me diga cuáles son los terrenos inestables; un periodista para que anuncie y denuncie los inminentes derrumbes; un contador para que lleve los libros porque tampoco es que vamos a montar una pulpería; un guapo de barrio que se atreva a adentrarse en el bulevar de Sabana Grande, el de Catia y el Centro Simón Bolívar ofreciendo los terrenos certificados garantizados para construir ranchos de corta vida; y unos inversionistas para reunir los reales para comprar el equipo de estudio de suelos, la computadora para hacer simulaciones de deslizamiento de los terrenos y ponerle precio a los terrenos en función de la cortedad de sus vidas, y la impresora para emitir los certificados y las garantías. El primer terreno certificado será destinado a pagar dividendos de los socios, a menos que éstos quieran construir en él, lo cual no es mala idea. Será una empresa de interés social porque es de interés de los socios, y para mayor seguridad de éxito tendrá la forma de cooperativa porque cada uno de ustedes estará cooperando para que yo tenga mi regular vivienda en un futuro próximo. Gracias, amigos. Les llamaré para la firma en el registro.

Simón
Marzo 27, 2006

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