jueves, marzo 02, 2006

Mi última mudanza

¡No vuelvo a mudarme!… por lo de las fotos y las cartas y los escritos; aunque al decirlo estoy consciente de que uno no debe jamás decir jamás ni más nunca porque en cualquier momento, mientras estás haciendo la cola para agarrar la trocha de contingencia, se mete en tu casa una familia de damnificados de la quebrada más cercana y te quedas sin nada o con nada y sin todo y tienes que buscar a dónde mudarte mientras el Tribunal resuelve, con las pocas cosas que te tiraron los invasores por la ventana, que normalmente son las fotos, las cartas y los escritos, si es que llegas antes que la cooperativa de aseo urbano.

Mis hijos -los que procreé y los que no pero que igual son míos- van creciendo y cada vez más quieren verme cada vez menos y olvídate de que duerman algún día de nuevo en mi casa, por más que el día de mi cumpleaños me hayan acompañado en cada uno de mis güisquis y les haya rogado que no se fueran manejando así, y así era peligroso para mí que ya estoy cerca de los sesenta pero no para ellos que todavía tenían energía como para salir de ahí e irse a continuar la rumba en el San Ignacio, y no necesariamente para seguir festejando el aniversario de la inolvidable fecha de mi nacimiento. Y por lo tanto, para qué tener un apartamento con ese cuarto de huéspedes en el que nunca se quedan y en el que nunca tendré un huésped, porque la verdad es que eso de tener a un extraño por menos extraño que sea metido en la casa y circulando por los pasillos en bata en el mejor de los casos mmm… total que ese cuarto sólo sirve para que lo limpie de vez en cuando una mujer de servicio porque el apartamento es demasiado grande como para limpiarlo yo solo, y no tanto lo grande como lo lleno de papeles y libros y ejemplares de la edición aniversario de todos los periódicos, que algún día leeré porque al parecer tienen unos artículos buenísimos y que son como imanes de polvo finito infinito que ni te cuento la estornudadera cuando se me ocurre pasarles un plumero. Y decido que ya está bueno de estar pagando auxiliar doméstica porque ya no se consiguen mujeres de servicio y las auxiliares son más caras no más por el nombre y vienen tan sólo que unas horitas al día, de las cuales dos frente al televisor viendo novelas mientras planchan dos camisas, y me cobran como si trabajaran el día sin parar de seis a seis; y paso un año completo buscando un apartamento nuevo porque los propietarios se volvieron locos y quieren vender o alquilar pero quieren ganarse todos los reales del mundo a costa de uno que anda buscando casa desesperado, y cuando lo consigo empiezo a recoger mis cosas y me digo que esta vez sí voy a botar el perolero que no necesito: las fotos, las cartas y los escritos… y los papeles de mis trabajos porque uno nunca sabe si le va a salir un empleo en el que vaya a necesitar los documentos de los trabajos que hizo durante todos estos años y ahí están todas esas carpetas, informes, folletos, dictámenes, copias de dispositivas de presentaciones, material de apoyo de cursos, cuadernos de apuntes, agendas, términos de referencia, oficios, memorandos y comprobantes de cobro de salario porque ve a saber cuándo se va a aparecer un loco denunciándolo a uno por corrupción porque dizque cobraba una millonada en sueldo en la época en que de bromita alcanzaba lo que cobraba para pagar los colegios y universidades de los que procreé y de los que no, porque todos se antojaron de universidades y colegios privados, privados de toda consideración a la hora de aumentar la matrícula.

Y abro el closet donde sé que están todos esos papeles y me pregunto qué será esa bolsa y la bolsa está llena de fotos, y ahí estoy yo, desnudo como Dios me trajo al mundo, en los brazos de mi abuela porque en Maracaibo hacía mucho calor y los pañales me producían salpullido y además quién se va a calar esa lavadera de pañales, sobre todo porque mi hermano apenas tiene veinte meses más que yo y echa más vaina que una mata de caraotas y no da tiempo de atendernos a los dos y mucho menos con la barriga que ya tiene mamá porque papá no masca. Y a mí me parecía que en lugar de calor hacía una brisa sabrosa, digo yo, porque ahí está la foto en el velocípedo y yo sonriendo con la espiga en la mano viendo cómo la brisa se llevaba las pelusitas. Y la tarjeta de invitación a mi bautizo, en papel pergamino con la marca circular donde una vez estuvo pegado un mediecito de plata; y la foto del abuelo que fue mi padrino de bautizo como si con eso le dieran unos años más de vida para que continuara mi formación católica si faltaban mis padres; las fotos de los abuelos paternos que no conocí o no recuerdo, Ángelo se llamaba él hasta que entró en el país y le quitaron la o para traducirle el nombre, para que ahora las autoridades consulares italianas no quieran reconocer que soy italiano porque dizque no saben si ese Ángel es el mismo Ángelo que nació en Licusati, de donde vienen todos los Saturno como si ahí hubiera caído la nave espacial o hubiera sido la sede de la residencia oficial del dios romano de la cosecha y la agricultura; y las fotos de las amigas de mamá y del hermano mayor de papá y todas esas fotos de gente que ya no recuerdo porque si alguna vez supe quiénes eran fue porque mamá me contó; y las fotos de mis hermanos y mis hermanas y yo con ellos en algunas, como si de verdad hubiera pasado buenos momentos con ellos cuando era niño, pero que no recuerdo como si hubiera querido borrar todos esos recuerdos o como si Alois hubiera estado a mi lado desde que yo era joven. Y entonces pienso en hacer un álbum genealógico con todas esas fotos organizadas en árbol para dejárselo a alguno de mis hijos, para que lo transforme en uno de esos objetos que no sabrá si botar o no cada vez que tenga que mudarse, porque creo que esa necesidad mía de saber de dónde vengo le aparecerá en algún momento del futuro a alguno de mis hijos… sin contar los cientos de diapositivas que ya no tengo cómo verlas porque ya no hay proyectores de ésos, que algún día haré pasar a medio electrónico y a papel para engrosar el álbum, por lo que nunca he querido botarlas, ni siquiera las que son de fotos malas que ni recuerdo de qué tratan o de qué sitio del mundo son o sí recuerdo de qué tratan y cuál es el sitio pero no recuerdo los nombres de ninguno de los que me rodean.

Las cartas… ya quedan pocas… o eran pocas. Las de mi prima que vive en Estados Unidos desde muchísimo antes de que el gentío quisiera irse para allá buscando oportunidades que el proceso le niega, en las que me cuenta del padre de su hija, de su hija, de su nieta y de su trabajo en un sindicato y de las latas que guarda para venderlas a la planta de reciclaje; la del bisabuelo dando consejos a la tía-abuela cuando se casó, que qué Manual de Carreño ni qué Manual de Carreño, hija mía, su misión es sumisión; la de mi amiga que vive en Milán y que trabaja en la fábrica de cauchos porque sabe de polímeros, a la que respondí con la carta en la que dibujé mi mano escribiendo la carta y ahí está la copia porque el dibujo me quedó buenísimo; la última epístola de mi amante francesa, de cuando estuvo en Guadalupe, tan cerca de aquí y a esas horas ya tan lejos de mi corazón; las cartas de mamá de cuando fui a hacer el postgrado en Francia, contándome del resto de la familia y mandándome recortes de periódicos para mantenerme a cuentagotas enterado de lo que pasaba en mi país; la única carta de mi hermana mayor contándome de sus problemas con su esposo, que no quería que ella estudiara ni trabajara; la carta de mi prima desde Nápoles en la que me dice ni se te ocurra venirte porque aquí todo es carísimo y desde que cayó el muro de Berlín esto se llenó de inmigrantes de Europa del Este y le están quitando el trabajo a los italianos; y mis cartas a mamá, respondiendo las suyas y que a su muerte pasaron a ser parte de mi herencia. Todas guardadas en ese maletín de cuero marrón, con sus bordes descoloridos y las cicatrices de donde una vez hubo un asa, esperando servir de algo cuando escriba mis memorias… si logro memorizarlas.

Y los escritos… los poemas de cumpleaños, los de las pasiones; los cuentos, desde los que escribí de adolescente y que guardó mamá junto con mis cartas como si hubiera sido la mayor coleccionista de mis escritos; los de criticar al gobierno de turno, los de terminar las relaciones amorosas, los de intentarlas, los de Navidad, los de finales inesperados, los infantiles, los ecológicos, los religiosos; y desde que apareció Internet, los correos electrónicos, impresos o guardados en disquetes y cidís, todos guardados en carpetas y maletines, esperando que algún día los ponga en fila, uno detrás del otro, fotos, cartas y escritos, porque ninguno pudo faltar y ninguno sobra, ni siquiera los que boté en algún momento para complacer a una amada celosa de mi pasado, porque que si yo quise más a aquélla que a ella y vives enganchado en el pasado, y yo que no pero que yo no sería el que soy si hubiera faltado uno solo de los eventos que quedaron inmortalizados en esas fotos, en esas cartas o en esos escritos, porque si hubiera faltado alguno me habría escapado por ese hueco interdimensional o sería mejor o peor pero no el mismo o no sería, pero eso no habría podido ser porque lo que no fue nunca pudo haber sido y nunca estuve a punto de hacer lo que no hice, y si me quedo con todos ellos será lo mejor, al igual que si los boto, pero como me fascina esa seguidilla de cosas causa-efecto que condujo a esta última mudanza desde el momento en que nací allá en Maracaibo -para escoger un momento desde el cual empezar a contar la historia- pues me quedo con ellos y ya casi lleno un cuarto con tantos papeles porque la cama no es tan alta y ya no le caben las cajas debajo.

Y como en cada mudanza se me van las horas recorriéndolos -las fotos, las cartas, los escritos- no me mudo más… a menos que sea necesario porque siempre se las arregla uno para inventar una excusa que se vea necesaria, o a menos que sea otro u otros los que me muden a un cajón barato y estrecho por unas horas, mientras se calienta el horno y me meten con todos mis papeles para que sirvan de combustible y me conviertan en cenizas porque les da cosa donarme a la universidad para que hagan tiritas de mi cuerpo en las cátedras de anatomía patológica, y después echen mis cenizas al viento por los lados de Galipán pero lejos de los restaurantes, no vaya a ser que venga yo a caer en un fondue o en un minestrón o en un goulash y en lugar de volverme uno con la brisa y las estrellas me vuelva varios con los comensales y me quede pegado en este mundo hasta que a ellos se les ocurra morir y mientras tanto seguir en el ciclo de las mudanzas pero con la corotera de otros.

Simón Saturno
Marzo 01/02, 2006

1 comentario:

ShadowWriter dijo...

Hola!

Estuve tratando de completar en mi árbol genealógico el lado de los Saturno Canelón, Paola quedó en que yo le enviaba lo que tenía y ella me echaba una mano, pero como que no hemos vuelto a coincidir en línea... ¿crees que podamos intercambiar información de los Saturno Cusati?

Saludos!